Once in a Lifetime ➳ McLennon

Capítulo XIV

   —Te recomiendo que retires el diu. Eso es lo que te está produciendo los dolores de cabeza frecuentes y el dolor en la zona pélvica. Tu cuerpo lo está rechazando.

   Linda Eastman estaba rojísima. Me miró, manteniendo sus piernas abiertas hacia mí, y adoptó un semblante de ligera preocupación.

   Luego de una ecografía vaginal y de las mamas, donde ambos nos aseguramos de que todo estuviera bien, comencé a revisar su parte interna, usando, como de costumbre, el espéculo.

   —Es que no quiero tener riesgo de embarazo.

   —Hay otros métodos anticonceptivos.

   —Algunas pastillas me da brote de acné —me dijo.

   —¿Has probado el implante subdérmico?

   —No...

   —Es una muy buena opción, pero debo colocarlo en los primeros días de tu menstruación si es que no quieres utilizar preservativos.

   —Mmh, bueno... —pensó durante unos instantes—. Está bien.

   —No voy a retirártelo ahora porque necesitas tomar analgésicos antes. Y porque quiero que pienses bien antes de escoger ponerte el implante. Te daré un folleto que hable sobre eso y sobre otros métodos anticonceptivos.

   Linda asintió y se sonrió tímida cuando le saqué el espéculo. Finalmente pudo bajarse y tener privacidad para vestirse.

   —Para la siguiente consulta te quitaré el diu, ¿de acuerdo?

   Ella, que ya se había vestido y estaba sentada frente a mi escritorio, asintió. Le extendí unos folletos y la acompañé, acto seguido, hacia la salida el consultorio.

   —Gracias, John.

   —Nos vemos en la siguiente cita. Saludos a Heather.

   Linda sonrió y se marchó, dejándome a mí en el consultorio solo alistando las cosas para la siguiente paciente.

   De pronto May entró, mirándome con el ceño fruncido.

   —¿Es algo tuyo?

   —¿Ah? —levanté la mirada mientras cambiaba la funda de la camilla—. ¿Quién?

   —La mujer rubia que acabas de atender, John.

   —¿¡Linda Eastman!? ¡No! —exclamé horrorizado—. Digo, es muy linda pero no es mi tipo. Además, no me involucro con mis pacientes.

   May mantuvo sus brazos cruzados, mirándome con recelo. Me reí.

   —¿Estás celosa?

   —No...

   —¿Mmh, seguro? —caminé hacia ella—. A mí me parece que sí.

   Besé sus labios cuando estuve cerca y la abracé, sujetándola de la cintura. Ella no se negó.

   —¿Eres tonta? A la única que quiero es a ti.

   Y la abracé, para luego darle un beso en la frente.

   —Voy atender esas dos que estan allá afuera y luego te toca —le susurré, haciéndola reír.

   —Bueno.

   Nos besamos antes de que ella se marchara. Y cuando me giré para continuar con mi trabajo en el consultorio, mi teléfono sonó.

   Era Yoko. Contesté.

   —¡Mi amorcito! Hermosa, ¿cómo estás?

   —Acabo de llegar a Bristol, amor.

   —¡Y este pobre hombre extrañándote! Mi amor, ya quiero que estés aquí conmigo.