Capítulo XVII

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   Paul se aferró a mi cuello y mordió sus labios para evitar soltar un gemido alto mientras yo empujaba mis caderas contra él.

   Me miraba con ojos brillosos y llenos de placer, soltando jadeos suaves al compás del choque de nuestros cuerpos que resonaba en la cocina.

   Paul estaba recostado en el mesón al lado de la estufa y yo frente a él, con mi pantalón de pijama y ropa interior hasta las rodillas.

   —Agh, Dios... —gruñí.

   Estábamos a medio vestir disfrutando del encuentro rápido que se dio gracias a unos besos previos y unas caricias de Paul en el pecho que fue el detonante de mi excitación.

   Era mi punto débil. Y él lo conocía.

   —Mierda, John...

   Tenía las mejillas rojas y su labio inferior sangraba un poco debido a la presión que ejercía con sus dientes para evitar ser escuchado.

   Me separé de él cansado, sacando mi pene de su entrada y notando que estaba más enrojecido de lo normal.

   —¿Por qué te detienes? —cuestionó, subiendo sus piernas temblorosas a mis hombros y aguantándose unos jadeos.

   Lo miré con una sonrisa, inclinándome hacia él con intención de besarle los labios.

   —¿Te gusta como lo hago, eh?

   —Agh, ya cállate.

   Besé sus labios mientras volvía a penetrarlo. Paul gimió dentro de mi boca cuando continué con las estocadas.

   Escabullí mi mano por debajo de su camiseta y deslicé la yema de mis dedos por sus pezones, sintiéndolos erectos al tacto. Bajé hasta su cintura y me detuve justo ahí, sujetándolo con ambas manos y acelerando la velocidad de mis movimientos.

   —¡Mierda! —Paul se apoyó de sus codos, levantándose un poco y mirando como su pene escurría líquido preseminal ante la estimulación de su prostata—. ¡Ah, John! ¡Mierda!

   Disminuí la velocidad de mis movimientos, volviéndolos profundos e intensos y sintiendo un calor envolver la longitud, a medida que un cosquilleo invadía la parte baja de mi abdomen.

   Pasé mis manos por sus muslos, atrayéndolo hacia mí. Empujé mis caderas de manera rápida, haciendo que Paul se corriera casi al instante.

   —¡Ah..., John!

   Sentí mi pene palpitar dentro de él antes de correrme. Y cuando lo hice, solté un jadeo mientras acomodaba mi ropa.

   El teléfono sonó y la erección se me terminó de bajar cuando, al sacarlo del bolsillo de mi pantalón de pijama, vi que era Yoko.

   —¡Amor mío!

   —Hola. —Pese a su tono de voz, todavía seguía molesta—. ¿Ya vas a dormir?

   —Sí, mi amor. En un momento.

   —¿Por qué te escuchas cansado?

   Paul, que estaba en el mesón tratando de controlar su respiración, se reprimió una carcajada. Bajó las piernas lentamente hasta apoyarlas en el suelo para acomodarse el short y su ropa interior.

   —¿Ca-Cansado? —reí—. No, amor, no estoy cansado.

   —John, conozco ese jadeo tuyo. ¿Dónde estás y con quién estás?

   —En casa, amor...

   —¿¡Por qué estás cansado y jadeando, John!?

   —Es que me masturbé pensando en ti.

Once in a Lifetime ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora