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Meses después de la llegada de Lior y Zelene, la vida en la casa de los villanos había cambiado una vez más. Con la llegada de sus nuevos gemelos, una niña y un niño, el hogar se había llenado aún más de risas, llantos y travesuras. Los pequeños eran el reflejo exacto de Astrid, con sus ojos brillantes y su cabello suave, que ya comenzaba a crecer en mechones adorables.
Shigaraki, Astrid y sus seis hijos estaban en la sala, donde los gemelos recién nacidos estaban cómodamente acurrucados en el sofá, mientras Lior y Zelene jugaban con Hiroshi y Asterion en el suelo. Era un caos encantador, lleno de alegría y un toque de locura. La casa estaba viva con la energía infantil que Shigaraki nunca imaginó que podría sentir en su hogar.
Dabi llegó de visita justo cuando la familia estaba disfrutando de un momento tranquilo, observando cómo los niños jugaban juntos. Se acercó con una sonrisa burlona, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Mira quiénes son estos pequeños. Al fin tienen sus seis hijos —dijo, señalando a los gemelos que dormían plácidamente en el sofá. Su tono era sarcástico, pero la alegría en su voz era genuina.
Shigaraki sonrió, acariciando la cabeza de la niña, a quien habían llamado Kaia, mientras que el niño, que se llamaba Arlo, roncaba suavemente en el otro lado.
—Sí, seis. Pero... —comenzó Shigaraki, dejando que una sonrisa traviesa se dibujara en su rostro—. Tal vez haya un séptimo.
Astrid, que había estado organizando algunas cosas en la habitación, salió con una almohada en la mano y lo miró con ojos entrecerrados.
—¡No digas eso! —exclamó, lanzando la almohada en dirección a su esposo, quien la esquivó con una risa—. ¡Tengo suficiente con estos seis!
Dabi se echó a reír, disfrutando del espectáculo. La imagen de Astrid lanzando una almohada a Shigaraki, mientras él intentaba evitarla, era una escena que nunca había pensado ver.
—Tienes que admitir que te quedan bien los hijos. Además, ¿quién podría resistirse a hacer otro? —bromeó Dabi, guiñándole un ojo a Shigaraki.
Shigaraki levantó las manos en señal de rendición, aunque su mirada revelaba un destello de diversión.
—No estoy en contra de tener más —dijo, aún riendo—. Pero no se lo digas a ella. Me matará.
Astrid se cruzó de brazos, sonriendo al ver la camaradería entre Dabi y Shigaraki. Sabía que la broma era solo eso, pero su mirada fija en Dabi era seria.
—Ya he tenido suficiente trabajo como para criar a seis niños. ¡Los días de locura no han hecho más que comenzar!
Hiroshi, que estaba sentado en el suelo con su hermano Asterion, levantó la vista y preguntó.
—¿Cuántos más podemos tener? ¿Hay espacio para más?
La risa estalló en la sala, y Astrid no pudo evitar unirse.
