Habían pasado tres años desde el nacimiento de Hiroshi, y las cosas habían cambiado radicalmente para la Liga de Villanos. Gracias a la alianza que Shigaraki había formado y a su ascenso como líder del Frente de Liberación Paranormal, los villanos ya no vivían a escondidas o con carencias. Ahora, contaban con recursos, seguridad, y una infraestructura que les permitía operar con mayor libertad.
En el amplio cuartel general, donde antes reinaba la precariedad, ahora se respiraba comodidad y abundancia. Las paredes eran firmes, los espacios amplios, y los villanos vivían con ciertos lujos que nunca hubieran imaginado. Pero para Shigaraki, lo más importante no era el poder que ahora poseía ni las comodidades que había alcanzado, sino su pequeña familia, su mayor orgullo.
Hiroshi, con apenas tres años, ya mostraba destellos de la fuerza e inteligencia de su padre. Aunque su quirk aún no se había manifestado por completo, Shigaraki sabía que era solo cuestión de tiempo. Era un niño curioso, con los ojos brillantes de Astrid y el cabello rebelde de su padre. Pasaba la mayor parte del tiempo siguiendo a Shigaraki por el cuartel, imitándolo con una seriedad que hacía reír a todos los que lo veían.
Esa mañana, Shigaraki se encontraba en su oficina, revisando los informes de las últimas operaciones. Tenía su semblante serio, concentrado en los detalles, cuando escuchó un golpe en la puerta. Sin levantar la vista, dijo:
—Entra.
La puerta se abrió lentamente, revelando a Astrid, quien llevaba de la mano a Hiroshi. El pequeño corría emocionado hacia su padre, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Papá! —exclamó Hiroshi, trepándose al regazo de Shigaraki sin pedir permiso. Shigaraki, a pesar de su naturaleza usualmente fría, no pudo evitar sonreír levemente ante la energía de su hijo.
—¿Qué pasa, Hiroshi? —preguntó, dejando los papeles a un lado y centrándose en el niño, quien parecía llevar algo entre las manos.
—Mira lo que me regaló Toga, ¡es una pelota nueva! —dijo Hiroshi, mostrándole un juguete brillante que rebotaba en sus pequeñas manos.
Shigaraki miró la pelota y luego a Astrid, quien se apoyó en el marco de la puerta, sonriendo. Sus ojos se encontraron, y aunque no intercambiaron palabras, ambos compartieron un momento de calma, sabiendo que estaban viviendo una fase diferente de sus vidas. Una donde, a pesar de seguir siendo villanos, habían encontrado algo de paz en su pequeño núcleo familiar.
—Eso es genial, —dijo Shigaraki, acariciando el cabello de Hiroshi. —Pero, ¿sabes qué? Aún tengo que trabajar un poco más. Ve a jugar con mamá por ahora, ¿de acuerdo?
Hiroshi infló las mejillas, claramente no muy convencido de dejar a su padre, pero asintió. —Está bien… pero prométeme que jugarás conmigo después.
—Lo prometo. —respondió Shigaraki con una mirada seria, aunque su tono era suave. Hiroshi bajó del regazo de su padre y corrió de vuelta hacia Astrid.
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𝐋𝐚𝐳𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐃𝐞𝐬𝐭𝐫𝐮𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧 ᵗᵒᵐᵘʳᵃ ˢʰᶤᵍᵃʳᵃᵏᶤ ˣ ᵒᶜ
أدب الهواةDe pequeños se odiaban, pero de adultos se tienen ganas..