La mirada de Alastor se congeló al ver a Charlie aparecer en la esquina. Su rostro se tornó pálido, y la sorpresa lo dejó sin palabras. La pequeña mujer con el leotardo ajustado se giró hacia Charlie, pero su atención estaba completamente centrada en el obispo, quien intentaba recomponer su expresión.
—Charlie... —logró articular Alastor, su voz temblando ligeramente mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.
Pero ella solo retrocedió, su rostro reflejando una mezcla de incredulidad y dolor.
—Lo siento, no he visto nada —dijo rápidamente, su voz apenas un susurro antes de girarse y salir corriendo.
El eco de sus pasos resonó en los pasillos de la iglesia, y su corazón latía con fuerza mientras se apresuraba hacia la salida. La sensación de traición la abrumaba, y no podía permitir que las lágrimas se desbordaran. Necesitaba salir de allí.
Al llegar a su auto, casi se lanzó dentro, temblando de rabia y tristeza. Encendió el motor con manos temblorosas y, sin mirar atrás, pisó el acelerador. Las luces de la iglesia se desdibujaron rápidamente en el retrovisor, pero la voz de Alastor resonaba en su mente.
—¡Charlie, espera! —la escuchó a lo lejos, pero su corazón no se detuvo. No podía.
Mientras conducía, sus pensamientos se agolpaban como un torbellino. ¿Cómo había podido encontrarlo en esa situación? La imagen de Alastor acorralado, la mujer a su lado, la llenaba de una rabia indescriptible.
¿Acaso le gustarían ese tipo de cosas? Alastor era bastante pasional ¿Acaso ella no era la única? Se sentía traicionada por no serlo. El simple pensamiento le desagradó mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir pero sencillamente no tenía porqué enojarse porque en primer lugar, ellos no tenían ningún tipo de compromiso que implicaba exclusividad, él estaba en todo su derecho de tener otro tipo de compañías igual de clandestinas.
—No somos nada —se dijo a sí misma, apretando el volante con fuerza—. ¿Qué esperaba? ¿Que fuera diferente?
La tristeza se mezclaba con la ira, y su mente giraba en círculos. No podía creer que, a pesar de todo, aún lo deseaba. La confusión la consumía, y el dolor de su propia vulnerabilidad la hacía querer gritar.
—Eres una tonta, Charlie —murmuró, sintiéndose ridícula por haber creído que había algo más entre ellos.
Mientras se alejaba de la iglesia, las lágrimas comenzaron a caer, pero las limpió con rabia. No iba a dejar que eso la derrumbara. Tenía que ser fuerte, aunque en su interior todo se desmoronara.
—Tú aceptaste esto, Charlie. Debiste prever esto —se repetía, tratando de convencerse mientras el paisaje se desdibujaba a su alrededor. Pero en el fondo, sabía que no podía escapar de lo que había visto y de lo que tenía que asumir.
Pero no quería pensar más sobre eso el día de hoy.
Llegó a su apartamento con la mente en blanco, el peso de la decepción aplastando su pecho. Las luces estaban apagadas, y la oscuridad la envolvió como una manta pesada mientras cerraba la puerta detrás de ella. No tenía ganas de encender nada.
Se dejó caer sobre la cama, aún vestida, sintiendo la tela de su abrigo oedsdo y los pantalones ajustados que había usado durante el día. La incomodidad de su ropa contrastaba con la comodidad de su cama, pero no le importaba. Cerró los ojos y, de repente, las lágrimas comenzaron a brotar sin control. No sabía por qué lloraba; no debería hacerlo. No eran ni siquiera amantes, no tenían ni siquiera un nombre, algo sin compromiso, una relación que nunca podría ser más. Sin embargo, el dolor era insoportable.

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Divino pecado
Hayran KurguEn un pequeño pueblo de la vieja Luisiana donde las tradiciones se entrelazan con los secretos más oscuros, Charlie, una escritora de novela rosa, se encuentra atrapada en un bloqueo creativo. Desesperada por inspiración, su vida da un giro inespera...