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En una noche oscura y silenciosa, bajo el manto de estrellas titilantes, una mujer de dorados cabellos caminaba con paso decidido hacia la antigua iglesia del pueblo. Su nombre era Charlie, y su belleza era tan deslumbrante como el oro que adornaba su cabello. Caminaba

Al entrar en la iglesia, el aroma a cera y madera envejecida la envolvió. Las velas parpadeaban suavemente, creando sombras danzantes en las paredes. Charlie se acercó al confesionario, donde la voz del obispo, un hombre de porte majestuoso y mirada intensa, resonaba en el silencio.

Ella se persignó con su rosario en mano, el velo blanco cubriendo su rostro, diciendo con suavidad las siguientes palabras:

-Perdóname padre, porque he pecado.

Hubo una pausa ligera, suspirando de forma tenue mientras su rostro pálido comenzaba a enrojecer de anticipación.

-Perdona a esta lujuriosa pecadora, que ha fantaseado contigo todas las noches, deseando entregarme al placer de tus brazos y la ambrosía de tus labios.

Al mismo tiempo, llevaba las manos hacia sus senos cubiertos, masajeando la forma apenas cubierta por un vestido delgado, sin ningún tipo de ropa interior debajo. Suspiraba su nombre, sintiendo el fuego ardiente de su deseo humedecer sus muslos que se rozaban cada tanto para contener su propio instinto de tocarse a sí misma más de lo que ya estaba haciendo, quería que fuera él quien lo hiciera, no solo ella. Había tanta emoción en su voz necesitada, hablando de sus deseos más profundos mientras ansiaba en silencio estar mucho más cerca de él.

Ella solo era una insulsa escritora de una revista rosa ¿Cómo es que habían llegado a ese punto? Había llegado una noche bajo el manto de la oscuridad, cargando con el peso de sus propias letras lujuriosas en sus manos, confesando sus pecados y esperando una reprimenda mortal, así como el juicio del obispo de la iglesia. Sin embargo, aquellas duras palabras no llegaron. Solo hubo un silencio en el que por un instante, hizo pensar a Charlie que se encontraba sola en el confesionario.

Pero para su total sorpresa, una ligera risa oscura y profunda, que logró erizar su espalda y calentar su interior a un punto en el que jamás espero estar.

-Eres una persona en verdad impredecible, señorita escritora.

Luego de ese momento, no pudo parar de venir.

Continuó viniendo todas las semanas, a la misma hora y el mismo día, en medio del silencio de la noche. Siempre entrando al confesionario y rogando por el perdón de sus pecados, aunque viniera allí con todo menos el deseo de redimirse ante dios, solo quería contar sus más profundos deseos, hasta ese día, donde su necesidad de contacto había superado toda su cordura.

Pensó que no tenía remedio, tan terriblemente irrespetuosa y sagaz, al punto de masturbarse a un lado de él para que la escuchara. Sin embargo, jamás espero que sus plegarías fueran al fin escuchadas. Sorprendida con la intromisión del obispo en el pequeño espacio, pudo apenas contener el jadeo cuando sus labios fueron tomados por la fuerza y el placer completamente la inundó al sentir las grandes manos de Alastor sobre ella.

La toco y beso, arrinconando contra una esquina mientras abría de golpe la parte superior de su vestido, dejando ver sus hombros desnudos y el nacimiento de sus blanquecinos senos que empezó a tocar con rudeza a la par que besaba el cuello de la joven, dejando marcas que esperaba no desaparecieran en toda la semana, conteniendo la risa por el modo en como aquella "puritana" criatura lucharía para cubrir los estragos de sus propias acciones indecorosas ante el resto de su respetada comunidad.

Y es que nadie conocía que la dulce e ingenua trabajadora del periodico hiciera uso de un escandaloso seudónimo para publicar letras cargadas de deseo y lujuria, que relataban el amor más prohibido entre una institutriz y su señor, así como otras tantas historias de amor imposible, que iban cargadas de pasión y que eran el desliz oculto de muchos de sus feligreses. Muchas señoras casadas, incluso algunas mucho mayores, se deshacían en llantos avergonzados por consumir ese tipo de lectura y disfrutarlo, pero a él nunca la había importado hasta que encontró a la escritora de esos artículos y noto con placer cómo era la joven que había capturado su corazón con sus gentiles palabras y sus acciones desinteresadas, sin llevar una máscara de hipocresía o el deseo mismo de enriquecer su alma, para llegar de ese modo al cielo. Pensar que aquella alma que cegó su corazón, tuviera ese oscuro secreto lo llenó de un placer tan oscuro por consumirla, que cuando llegó a él con su propia necesidad, no hizo más que impulsarla hasta finalmente llegar a esto.

Divino pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora