Alastor conducía por las calles, su mente centrada en la cena que había planeado. Aunque normalmente se mostraba como un clérigo serio y reservado, esta noche había decidido dejar esa imagen un poco de lado. Vestía un traje oscuro hecho a medida que acentuaba su figura. Tenía un par de esos, habiendolos preparado para ocasiones formales o cenas en las que era invitado por las asociaciones benéficas. Aun así, era la primera vez que lo usaba para salir a cenar con una mujer. Se ajustó el nudo de la corbata una vez que estacionó frente al departamento de Charlie. Miró el reloj de su muñeca; había llegado unos minutos antes, pero no le preocupaba esperar un poco.
Mientras se acomodaba en el asiento, notó de inmediato cómo la figura de Charlie aparecía por la puerta de entrada del complejo. Se quedó mudo al verla elegantemente vestida con un ajustado vestido rojo que realzaba todas las curvas de su cuerpo sin ser revelador ni vulgar. Su cabello caía suelto, peinado de lado, y los zapatos de tacón que llevaba eran algo tan alejado de su estilo habitual que lo sorprendieron y estremecieron de una manera que no esperaba. El calor comenzó a trepar por su cuerpo, y sus manos hormiguearon, inquietas como cuando la observó con aquella espléndida lencería color escarlata.
Charlie, al acercarse al auto, se sintió nerviosa al ver a Alastor. Él lucía increíblemente atractivo, con su porte elegante y esa mirada intensa que siempre la había desconcertado. Se sonrojó mientras se acercaba, intentando mantener la compostura.
—Hola, Alastor —saludó ella, tratando de sonar casual, aunque su voz temblaba ligeramente.
—Hola, Charlie —devolvió el saludo, incapaz de quitarle los ojos de encima—.Te ves... impresionante —respondió él, esforzándose por mantener la mirada seria, aunque su tono revelaba una mezcla de admiración y sorpresa.
Charlie sonrió tímidamente, sintiendo que el corazón le latía más rápido.
—Gracias. Tú también te ves muy bien.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, la tensión palpable en el aire. Alastor abrió la puerta del auto para que ella entrara, y su gesto cortés hizo que la escritora se sintiera aún más nerviosa. Se acomodó en el asiento, y él cerró la puerta tras ella antes de irse al volante.
Mientras conducía hacia el restaurante, la atmósfera en el auto era densa, cargada de una energía que ninguno de los dos se atrevía a romper. Charlie miraba de reojo a Alastor, notando cómo su mandíbula se tensaba al concentrarse en la carretera.
—¿C-Cómo estuvo el resto de la tarde? —preguntó Charlie, intentando aliviar la tensión.
—Sin mucha novedad, tuve que disciplinar a un par de monaguillos que empezaron una pelea a golpes dentro del convento—dijo Alastor, su voz un poco más grave de lo habitual—. Podríamos decir que fue un momento bastante desagradable.
—M-Me imagino —respondió ella, sintiendo que el aire se volvía más pesado.
Al llegar al restaurante, Alastor estacionó y ambos se miraron por un instante. Sin saber cómo romper el hechizo que los envolvía, finalmente salió del auto y abrió la puerta para Charlie, extendiendo su mano para ayudarla a bajar.
—Vamos —dijo con una sonrisa, y Charlie tomó su mano, sintiendo un cosquilleo recorrer su brazo.
Mientras caminaban hacia la entrada, la tensión entre ellos crecía, pero el silencio se sentía cómodo, como si ambos supieran que algo especial estaba comenzando.
Alastor guió a Charlie hacia una mesa elegantemente decorada, con velas parpadeando suavemente en el centro. Con un gesto cortés, movió la silla para que ella se sentara.
—Gracias —expresó, sintiendo una mezcla de gratitud y nerviosismo mientras se acomodaba en la silla.
No pasó mucho tiempo antes de que un mesero se acercara, con una sonrisa profesional en su rostro. Le entregó un menú a cada uno antes de retirarse y volver nuevamente unos minutos después.
—Buenas noches. ¿Están listos para ordenar?
—Sí, creo que sí —dijo Alastor, mirando a Charlie quien tenía los ojos puestos en el menú—. No te cohibas, cariño, pide lo que desees.
La escritora asintió, aunque aún sentía un ligero nerviosismo. Finalmente, ambos decidieron por platos diferentes del menú. Era un restaurante cuya especialidad era servir diferentes presentaciones de mariscos, por lo que no fue difícil para Charlie escoger algo que venía deseando desde hacía unos cuantos días. Al final
especializado en mariscos; él optó por un plato de langosta, mientras que ella eligió un risotto de mariscos.
Una vez que el mesero se alejó, el silencio regresó a la mesa. Los ojos del obispo fueron directo a la encantadora faz de su acompañante, aunque era claro que ella lo estaba evitando con su mirada, como si algo la inquietara.
—Te veo un poco ansiosa esta noche querida ¿algo te preocupa? —cuestiono, su mejilla reposando sobre el dorso de su mano, nunca despegando su mirada de ella.
—N-No pasa nada, quizas sea tu imaginación —respondió ella,apretando sus manos sobre la mesa.
El hombre la miró un minuto más cuando una punzada de duda le atravesó la mente de forma repentina. Había notado como en los últimos días Charlie había estado actuando de manera algo extraña y esquiva con él, lo había estado aludiendo al escaso tiempo que tenían antes de entregar el boceto final de la revista, dando que en menos de dos semanas tendrían que presentarla en el acto conmemorativo que la alcaldía del pueblo había preparado para la ocasión. Eso lo había tenido un poco estresado también, porque muchas de las hermanas del convento habían estado colaborando con el arreglo y la limpieza del convento, mientras los monaguillos acompañaban a los sacerdotes en la preparación para su próximo acto de graduación del seminario. Tenía mucho que supervisar a la vez y eso redujo el tiempo en que Charlie y él pudieron tomar un descanso para cualquier cosa, eso incluia sus actividades secretas. No es que fuera una necesidad absoluta o que tuviera que estar conectado a ella todos los días de la semana, no obstante, tenía que decir que con el pasar de los días la falta de contacto íntimo lo estaba poniendo de los nervios. El no era un hombre malhumorado, tenía más bien buen ánimo casi todo el tiempo y llevaba las cosas con suma calma para que todo saliera a la perfección. Pero desde hacía varios días se notaba así mismo irritado e impaciente por cualquier cosa, necesitaba mucho más café en las mañanas e incluso, había comenzado a mover la pierna de forma más ansiosa cuando las cosas no avanzaban como quería. Sumado a ello, la abstención y el como Charlie negó sus avances el día anterior hicieron que esa mañana su ira casi colapsara contra aquel trío de monaguillos que terminaron envueltos en una pelea a golpes con algo tan minúsculo como el orden en el que llevaban los artilugios sagrados del santuario. Esa mañana tuvo que fumar un cigarrillo, de los cuales no había probado en más de diez años desde que se convirtió en sacerdote y posteriormente obispo de la parroquia del Sagrado Corazón.
En ese pequeño momento de frustración, necesito con toda su alma ver a su querida escritora para al menos liberar ese nivel de estrés que tenía, ansiaba volver a tenerla entre sus brazos, besando su cuello y sosteniendo firmemente sus caderas mientras se introducia lentamente en su calido interior.
Sin embargo, ella lo había estado evitando y aun cuando la invito a salir, y ella se presentó ante él como una diosa sobre la tierra, ataviada con ese hermoso vestido rojo con aquellos desquiciantes tacones, solo hizo que la extrema necesidad por ella que había estado conteniendo comenzará a burbujear dentro de él, amenazando con explotar en cualquier momento.
Recordó que el acuerdo inicial que habían hecho estaba por expirar; después de todo, ya habían pasado los cuatro meses del proyecto, y este había llegado a su fin.
¿Acaso había perdido el interés en él?
La idea de que ella pudiera estar utilizando esa cena como una forma de deshacerse de él lo inquietó. Apretó las manos sobre la mesa, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su pecho.
“No, no puede ser”, pensó. Ella no sería capaz de eso. No la sentía capaz, pero algo en su interior se retorció ante la mera posibilidad. La verdad es qué estaba interesado mucho más en ella de lo que estaba dispuesto a admitir a cualquiera que pudiera percibirlo, incluso a ella misma. Es una realidad como la ha acechado desde el primer instante en que cruzaron miradas, desde aquel momento en que Charlie llegó a la iglesia en medio de su servicio vespertino y luego confesó sus inseguridades en la soledad del confesionario. Durante mucho tiempo confundió su fervor con un renovado deseo de explorar la profundidad del talento que ella irradia. Era obvio, puesto que aquella hermosa criatura era dulce, deslumbrante e ingenuamente sugerente, y él mezcla esa chispa con una brutal sinceridad. Una mente tan luminosa como la de ella merece ser desnudada de su misterio, y él se lanza a esa tarea con un ingenio mordaz y una destreza inquietante. Es embriagador por un momento, pero la llama de su obsesión sigue ardiendo, intensificándose bajo su piel, sin que cese su ardor.
No sabe cómo será capaz de seguir aplacando esa inquietud que le consume las manos cuando ella se encuentra cerca. Y teme quedar en evidencia mucho más pronto de lo que podría pensar.
La miró de reojo, intentando leer su expresión, pero solo encontró un rostro ensombrecido por la preocupación.
—Charlie... —comenzó, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.
Ella levantó la vista, y sus ojos se encontraron por un breve instante. El calor que había sentido antes regresó, pero esta vez, mezclado con una inquietud que no podía ignorar.
—¿Estás bien? —preguntó Alastor, su voz suave, intentando romper el silencio que los envolvía.
Charlie sonrió, pero era una sonrisa tímida, como si estuviera tratando de ocultar algo. —Sí, solo... Estoy un poco nerviosa.
Alastor asintió, aunque en su interior, la duda seguía creciendo. ¿Sería posible que todo lo que habían construido durante esos meses estuviera a punto de desmoronarse? Mientras esperaban sus platos, la tensión en el aire se hacía cada vez más palpable.
—Yo… no pensé que querrías que nos vieran juntos de este modo —comentó Charlie, este la miró sin entender, como si esperara que le explicara qué quería decir. Ella lo noto, por eso decidió continuar—.... Bueno, es complicado lo que… bueno, tenemos —dijo esto dos décimas más abajo para no ser escuchados—. Así que considere que quizás lo veías muy arriesgado.
—¿Por qué sería arriesgado querida? —pregunto de forma directa—. Eres una honorable escritora del periodico, con quien estoy celebrando la exitosa culminación de un proyecto laboral ¿Acaso no debería mostrar mi gratitud y cordialidad hacía ti?
La escritora se encogió en su asiento, su rostro un poco más sonrojado mientras mordía su labio inferior.
—Pensé… que querrías proteger tu integridad por sobre todas las cosas, no quisiera que se crearan malos entendidos o comentarios que te afecten luego.
¿Acaso esa había sido su preocupación durante todo ese tiempo? ¿Ser descubiertos?
De forma fresca y liberadora, soltó una escandalosa rosa, un poco nasal y nada refinada, pero con el sentimiento de tranquilidad más grande que había sentido en mucho tiempo.
—¿Por eso es que estabas tan preocupada? —pregunto aún conteniendo la risa.
Charlie frunció el ceño ante su risa, sintiéndose un poco indignada.
—Se supone que no deberíamos estar haciendo este tipo de cosas a la vista de todos —respondió, cruzando los brazos.
—Bueno querida, sencillamente no es un crimen que dos personas se reunan a cenar cualquiera que fuera el motivo —replicó Alastor, encogiéndose de hombros como si no fuera algo importante. El no quería ocultarse, no le importaba en lo más mínimo porque no sentia que estar con Charlie fuera algo de que avergonzarse.
El comentario no le gustó mucho a la joven mujer e hizo un puchero, inflando sus dulces cachetes, lo que no pasó desapercibido para el obispo.
—¿Eso significa que te avergüenza que te vean conmigo? —cuestiono, pero Charlie saltó alarmada, negando con ambas manos.
—¡Jamás podría! —dijo de golpe, apretando sus manos nerviosa mientras esquivaba su fuerte mirada—... Simplemente… no quiero que te metas en problemas por eso…
Ah, ella era tan considerada y encantadora. Alastor casi quiso burlarse de su patética mente por haber creado tantos escenarios lúgubres sobre ellos, cuando simplemente estaba preocupada por su seguridad y estabilidad.
Aprovechando la posición de la mesa, se inclinó hacia ella, acercando su rostro con una expresión juguetona.
—¿Sabes? Esa mueca te hace ver aún más adorable —le susurró, su voz cargada de humor.
El rostro de Charlie se encendió de inmediato, y por un momento, se sintió completamente desarmada ante su cercanía. Intentó recuperar la compostura, pero la calidez de sus palabras la dejó sin palabras y Alastor disfruto
—Podemos simplemente olvidarnos de la comida e irnos… Quizás tenga hambre de algo mucho más delicioso.
La forma como la miró hizo que un fuerte escalofrío surcara su espina dorsal, obligándola a cerrar sus piernas. Algo dentro de ella pulso de forma ligera, en una especie de chispa que se encendía.
—N-No digas ese tipo de cosas aquí —dijo ella con pánico, mirando de reojo hacia todos lados, su rostro estaba preciosamente sonrojado. Alastor se lamió los labios, sus manos estaban demasiado cerca, acortando la distancia entre ellos mientras Charlie no podía apartar su vista de él.
Si no se detenían, terminarían recortando la distancia entre ellos en medio de toda esa gente.
—¿Alastor?
El repentino llamado de un tercero hizo que ambos se voltearan de golpe encontrando con la incrédula mirada del Sheriff del pueblo.
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Divino pecado
FanfictionEn un pequeño pueblo de la vieja Luisiana donde las tradiciones se entrelazan con los secretos más oscuros, Charlie, una escritora de novela rosa, se encuentra atrapada en un bloqueo creativo. Desesperada por inspiración, su vida da un giro inespera...