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Alastor estaba sentado en su escritorio cuando un par de monaguillos tocaron la puerta, interrumpiendo sus pensamientos.Su agenda lo llamara nuevamente.

—Padre Alastor, hay una solicitud para que asista a la morgue de la comisaría —informó uno de ellos, nervioso—. Un cuerpo no identificado ha sido encontrado cerca del río.

—Una pobre alma, espero que alcance la luz eterna y que sus pecados sean perdonados.

Ante dicha noticia, Alastor se persignó y luego unió sus manos como señal de respeto y plegaría por el alma del fallecido. Los monaguillos se conmovieron por su compasión por la persona desconocida, informando el resto de los detalles y notificando que el vehículo que lo llevaría a la comisaría estaría listo pronto.

El obispo asintió, viendo como la puerta era cerrada de nuevo. Una vez solo, una sonrisa oscura plagó su rostro, no estaba interesado en un pútrido cadáver de un don nadie, pero tenía la excusa perfecta para visitar a su querido amigo sheriff.

Se levantó, ajustó los elementos que necesitaba, y se dirigió a la entrada de la residencia donde el auto ya lo esperaba para llevar a la comisaría.

Al llegar, Husk Mayers, el malhumorado sheriff del pueblo lo recibió con una expresión de pocos amigos, un cigarro colgando de sus labios. La atmósfera era tensa, pero había un entendimiento tácito entre ellos, un respeto que ocultaba un desdén mutuo.

—Buenas noches, estimado —saludo Alastor con su acostumbrada cortesía, Husk no dijo nada al principio, se quitó el cigarro de la boca y lo echó al suelo para terminar de pisarlo.

—Buenas noches —saludo escuetamente—. Bueno, acabemos con esto, quiero acabar con el papeleo de una vez—dijo y les indicó para pasar.

Uno de los monaguillos que acompañó a Alastor miró la escena con un poco de desconcierto, puesto que era la primera vez que asistía al obispo, sin embargo, este solo le dio una sonrisa antes de comentarle con confidencia.

—Nuestro estimado solo está un poco cansado de esta extenuante jornada, no se angustie por su austera actitud, ya le está afectando la edad —comentó.

Aunque intento ser respetuoso, apenas pudo contener la risa que el comentario le causó, el mismo forense soltó una escueta carcajada y el Sheriff Husk solo trato de respirar hondo mientras caminaban por los pasillos de la comisaría hasta bajar hacia el sótano donde reposaban los cuerpos en la morgue.

Una vez allí, el monaguillo pareció sentir el peso de la realidad de lo que estaba a punto de pasar. Estaban a punto de entrar a una morgue, el lugar donde reposaban los cadáveres de aquellas personas que morían en circunstancias violentas o desconocidas, un espacio plagado por la muerte. El color de su rostro se tornó más pálido y tragó con fuerza ante el hecho de entrar allí. El

—¿Es la primera vez entrando a una morgue? —le pregunto, este asintió, aunque parecía tener algo de vergüenza de admitirlo—. Entiendo tu sentir, cuando entré por primera vez también fue una experiencia algo incomoda.

—Si no tiene la fuerza para ver un cadáver, mejor que se quede aquí afuera esperando —espeto Husk de forma directa mientras abría la puerta para entrar a la morgue.

El monaguillo se encogió en su espacio, cohibido por el comentario. Pero Alastor intervino rápidamente, posando su mano en el hombro del chico.

—No hace falta, ya has prestado un gran apoyo hasta aquí, yo puedo encargarme del resto.

El monaguillo pareció respirar, viendo al obispo agradecido mientras este ingresaba a la sala, pero en su interior, lo menos que deseaba Alastor era tener un estorbo interrumpiendo su trabajo por un desmayo o un ataque de asco al ver el cadáver. Así fue como entraron los tres hombres hacía el espacio.

Divino pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora