Jennie, una modelo y abogada argen-coreana de 25 años, desempleada y con una gran lista de deseos, decide abandonar su país natal, Corea del Sur, para encontrar una nueva oportunidad en Francia y vivir allí, donde conocerá a una joven, con muchísima...
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Sí, me lo esperaba.
Esperaba que esté con Kai y que sería feliz con él, pero no esperaba que él la aleje tanto de mí, de sus amigos y casi de su familia. Pensar que hace unos meses estábamos en Seúl mirando la vida pasar y hoy en día, estoy sola en mi oficina, escuchando cómo resopla el viento contra la ventana y atado a la hija de mi jefe. Rato antes de que mi jornada laboral termine, el viejo me solicitó, así que tomé mis cosas y entré al infierno.
—Seré breve, Manobal—dijo con su cara seria normal y miré hacia los guardas de mis espaldas.
—No hace falta señores, será rápido—me paré firmemente delante de su escritorio, con mis manos detrás de mí.
—Este sábado a las 8 a.m. saldrá tu vuelo a Italia, se podría decir que será su luna de miel.
—No iré—levanté mis cejas restándole importancia.
—Si no vas, estarás despedida. Además, no durará más de una semana, Sana tampoco tiene tantas ganas de verte.
Con razón se casó conmigo.
—¿Algo más, señor?
—No, puedes irte.
Sin más, me fui de la escribanía y me subí a mi auto sin arrancarlo, pensando en qué hacer antes del sábado. Sé que no será mucho tiempo y quizás mi esposa aproveche para acostarse con italianos, ya que con mi mejor amiga Jisoo no pudo.
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Jen: ¿Puedes venir? Es urgente.
Yo: ¿No estabas enojada conmigo?
Jen: No.
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Aceleré y fui directo al estudio jurídico, pero antes pasé por una de las mejores panaderías de París por algo para merendar. Hace ya tiempo no pisaba el lugar, ni tampoco la veía desde hace dos meses casi, ella misma me lo había pedido sin razones y acepté sin quejas.
—10 minutos exactos y con crepes para merendar, señorita—dije entrando a su oficina con la bolsa marrón en mi mano.
—Gracias, muero de hambre—tomó la crepe con falta de emoción.
La situación entre nosotras parecía normal, aunque haya pasado bastante tiempo que no cruzábamos ni una palabra. El volver a vernos, se sintió como si hubiésemos pasados dos horas lejos.
—¿Así que lo urgente era tu hambre?—me senté a su lado en el sofá—. Le hubieses pedido a tu noviecito.
—No quiero hablar de eso, por favor.
—¿Es algo grave?
—Cuando esté lista te lo contaré, solo confía en mí.
