31. huir

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Una semana. Una semana llevaba sin ver a Juanjo. Una semana sin sentir mis labios sobre los suyos. Una semana sin que sus brazos me sirvan de protección. Una semana sin sus sonrisas que le alegran la vida. Una semana sin sentir su tacto sobre mi piel. Y todo por mis impulsos de mierda. Por no pensar antes de hablar. La semana más eterna de mi existencia. Siento mi corazón roto, imposible de recomponer.

Tampoco veo una solución. Él no me ha llamado o si quiera enviado un mísero mensaje, pero yo tampoco lo hago. ¿Por qué? Ni siquiera yo lo sé. ¿Vergüenza, quizás? Lo único que se es que, de algún modo quiero recuperarlo pero no tengo fuerzas suficientes para hacerlo, no tengo la valentía que hace falta.

Únicamente me he limitado a dormir, ir a clase (menos la de Abril de los lunes) e ir a baile en las horas en las que sé que Juanjo no va normalmente. Y, por suerte, todavía no me lo he encontrado

-Martin- me cubro la cara con las sábanas en cuanto Bea abre mi puerta- ¿No piensas salir de ahí en todo el día?

Se acerca a mí, apartándome la fina sábana con delicadeza a la par que se sienta en un lado de mi cama.

-No me apetece- suelto con la voz algo más ronca de lo normal a causa de haberme tirado toda la mañana aquí.

-Ya se que no te apetece, cariño, pero no creo que lo más sano sea esto, exactamente.

En eso tienes razón, a este paso me van a consumir las sábanas, pero es que tengo entre cero y nada de ganas de salir de mi mullido colchón. El invierno se acerca y hace mucho frío, así que el lugar más conveniente para hundirme en mi miseria es mi propia cama.

-Déjame dormir un rato más.- hago el intento de darme la vuelta, pero mi amiga me lo impide sujetándome del hombro.

-Venga, levántate, que llevas desde ayer aquí metido. Abre la ventana, deja que la habitación ventile, date una ducha y come algo, que mal no te vendrá.

Con pereza, pero haciéndola caso, me levanto y, arrastrando los pies, me dirijo hacia el baño, donde lentamente dejo que la cascada de agua caliente resbale sobre mi cuerpo de forma atropellada, sin dejar ni un espacio sin empapar.

Me quedo ahí más rato de lo debido, pero me siento bien, siento como mi cuerpo se relaja, se destensa y me noto algo más renovado, aunque todavía sigo ahí con esa mala sensación en el estómago que no me deja de molestar y la cual crece gracias a los pensamientos que me atormentan la mente.

Estoy vistiéndome cuando mi móvil empieza a cobrar debido a una llamada. Lo cojo con algo de ilusión esperando que sea Juanjo, aunque en el fondo sé que no será él. Y, tal y como pensaba, no es él, si no mi madre.  De todos modos, cojo la llamada con ganas. Hace mucho que no hablo con ella.

-Martin, hijo, por fin puedo hablar contigo.

-¿Qué tal todo?

-Pues como siempre, trabajando y tus dos hermanos en medio de la adolescencia, lo cual no es una muy buena combinación.

-Me imagino...

-¿Y tú? ¿Qué tal todo por la capital?

-Bueno... Podrían ir mejor las cosas.

-¿Y eso?- noto la preocupación en su voz, pero prefiero no decir nada, de tal manera que miento.

-Nada, la universidad, que me tiene consumido.

-Si ya te dije yo que lo de la escuela de baile iba a quitarte tiempo.

-Que va, mamá. Voy cuando quiero y si un día no puedo, pues falto.

Intento obviar la parte en la que actuaré en un par de semanas, pues sé cómo se va a poner mi madre y eso es lo que menos me apetece ahora mismo.

-Oye, ¿y que tal si te vienes este finde aquí, a Zaragoza y así te despejas un poco?

Entrevistándote a besos - Juantin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora