El peso de sus palabras se sintió como un golpe directo. Podía ver el fuego en sus ojos mientras me recordaba, con una calma calculada, el trato que habíamos hecho. Las palabras de Mónica eran filosas, y cada una cortaba más profundo que la anterior. Había una verdad dolorosa en lo que decía, y aunque odiaba admitirlo, no podía contradecirla.
—Jackson —comenzó, con esa mirada desafiante que siempre había tenido— Cuando hicimos el trato, tú fuiste muy claro. Me dijiste que estaría contigo por un año. Un año, ¿recuerdas? Y cada mes recibiría un millón. Al final del año me iría con doce millones, libre de ti y de este mundo. Esa fue la promesa.
Asentí lentamente, pero me quedé en silencio, dejándola continuar. Sabía lo que venía, y aunque una parte de mí quería detenerla, sabía que debía escuchar.
—Y, lo más importante —su tono se volvió más frío—Me dijiste que nunca me reclamarías como tu compañera porque, según tus palabras, yo era una prostituta y jamás estarías con alguien como yo.
Su voz no tembló, pero pude sentir la herida abierta que mis palabras habían causado. Ella no estaba simplemente recitando un acuerdo; estaba exponiendo las cicatrices que yo mismo le había dejado.
Me sentí atrapado en mis propias mentiras. Al principio, cuando la conocí, había sido frío, distante. Yo no la veía más allá de lo que representaba para mí: una salida fácil a una necesidad animal. Ella, una mujer con un pasado que yo consideraba incompatible con lo que creía que debía ser mi compañera. No quería atarme a alguien que, en ese momento, veía como manchada, como si su valor estuviera determinado por lo que había hecho para sobrevivir. No podía estar más equivocado.
—Mónica... —comencé, pero me interrumpió antes de que pudiera intentar explicar.
—No, Jackson. Quiero que recuerdes cada palabra que me dijiste. Dijiste que me pagarías y que al final del año me dejarías ir. No iba a haber más, no ibas a marcarme, no ibas a reclamarme. Dijiste que nunca estarías con una prostituta —escupió esa última palabra, con un desprecio que me hizo estremecer.
La realidad de lo que había dicho en el pasado me aplastó. Era cierto. Le había dicho esas cosas. Había sido arrogante, había creído que podía manejar todo esto sin involucrarme emocionalmente. Pensé que ella sería solo una transacción, una persona que estaría a mi lado solo por un tiempo y que luego desaparecería de mi vida sin dejar rastro.
Pero estaba tan equivocado. Tan jodidamente equivocado.
Porque desde el momento en que la marqué, todo cambió. Ya no era solo una mujer con un pasado que yo despreciaba. Era mi compañera, lo supiera ella o no, lo aceptara o no. Mi lobo la había elegido, y aunque traté de resistirlo, aunque intenté decirme a mí mismo que no podía estar con alguien como ella, la verdad era que ya no tenía opción. Ya no se trataba de control o de decisiones racionales. Mi lobo la quería, y la había marcado. Ahora, no había vuelta atrás.
—Lo que te dije entonces... —mi voz sonaba tensa, llena de culpa—. Lo que te dije fue un error. No lo pensé. No entendía lo que significabas para mí. Lo que significarías para mí.
Mónica se cruzó de brazos, su mirada dura y fría. No podía culparla por no creerme. Había destruido cualquier confianza que ella podría haber tenido en mí con esas palabras.
—¿Y ahora qué, Jackson? —preguntó, con el dolor evidente en su voz—. ¿Ahora que me marcaste, qué pasa con el trato? ¿Qué pasa con los doce millones? ¿Qué pasa con la promesa de que me dejarías ir?
Cerré los ojos por un momento, intentando mantener el control. Las palabras no eran suficientes para remediar lo que había hecho. Sabía que Mónica se sentía traicionada, atrapada, y eso era algo que nunca quise para ella. Pero al mismo tiempo, la idea de dejarla ir era insoportable.
—Te dije que no te reclamaría —admití, mi voz apenas un susurro—, y en ese momento lo creía. Pero ahora... todo ha cambiado, Mónica. Yo... te necesito. No puedo dejarte ir.
Se quedó en silencio, sus ojos clavados en los míos, esperando una respuesta que pudiera darle una salida. Pero yo no tenía una que ofreciera paz. Todo lo que podía hacer era enfrentar las consecuencias de lo que habíamos hecho, de lo que había hecho yo.
—No eres solo una prostituta para mí —dije al fin, sintiendo el peso de cada palabra—. Nunca lo fuiste, aunque fui demasiado estúpido para darme cuenta antes. Y no te marqué porque quisiera controlarte. Lo hice porque no puedo imaginar mi vida sin ti.
Pero la verdad es que, después de todo lo que había dicho y hecho, no sabía si ella podía perdonarme, o si alguna vez podría perdonarme a mí mismo.
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La Prostituta Del Alpha Mafioso
WerewolfEn un mundo donde la ley de la selva se entrelaza con la vida urbana, "Mónica", una prostituta astuta y resiliente, ha aprendido a sobrevivir en las calles, desafiando las expectativas y buscando su propio camino. Sin embargo, su vida da un giro ine...