🐺Capítulo 11🐺

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MÓNICA

Fui a la mansión de Jackson con mis maletas. La carga de mi vida pasada pesaba más que los objetos que arrastraba. No sabía lo que me esperaba en aquel lugar, pero ya no había vuelta atrás.

Cuando entré, él estaba sentado en un sillón de cuero, sus ojos recorrieron mi figura de arriba abajo. Su mirada se tornó negra, como si un animal salvaje lo hubiese poseído por un instante. Un leve gruñido salió de sus labios, pero en un parpadeo, su mirada volvió a su color natural y apartó la vista, como si yo tuviese una enfermedad contagiosa.

—Tu habitación es esa —dijo, señalando una puerta con un gesto indiferente.

—Pensé que dormiríamos juntos.

—No, claro que no. Mañana te voy a presentar con la manada, y luego no te verás hasta que no sea algo importante que tenga que ver con la manada —me respondió, su voz dura como el acero.

La frustración burbujeó dentro de mí. Estaba pensando en si quedarme en este lugar o salir por donde había entrado y jamás volver a verle la cara a este gran estúpido. Pero el dinero involucrado y mis planes en la cabeza me detuvieron. Las decisiones que tomamos son, a veces, un negocio con el diablo.

Entré a mi habitación y cerré la puerta con un golpe. Puse la maleta en una esquina y me dirigí directamente a la cama, dejándome caer sobre el colchón. Su suave acolchonado contrastaba con la tormenta que se libraba en mi interior.

Porque, aunque no quería admitirlo, me sentía mal por el rechazo de él. Antes ya había soportado un desaire, pero esta vez, el dolor era como una puñalada aguda. ¿Por qué me importaba tanto su opinión?

Debía resignarme: así son los personajes; juzgan sin saber la necesidad que me llevó a trabajar en la calle, sin contemplar el abismo que atravesé para llegar hasta aquí.

De repente, un sonido en la puerta me distrajo de mis pensamientos. Pensé que era Jackson, que quizás vendría a disculparse, a explicarme sus razones frías como el metal de su mirada.

—Adelante —dije, sin muchas esperanzas.

La puerta se abrió, revelando al chico que había apuntado con un arma a Miranda y el que había dejado el portafolio lleno de dinero en la mesa. 

—Luna—pronunció el nombre mientras entraba, cerrando la puerta a sus espaldas.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, manteniendo la curiosidad al margen de mi voz.

—Necesito pedirte una disculpa —dijo con sinceridad—Eres nuestra Luna y necesitaba que estuviéramos bien.

—Está bien, no pasa nada —respondí, tratando de desviar la mirada, aunque mis palabras sonaron más vacías de lo que pretendía.

—¿Puedo hablar contigo? —me preguntó, su tono ahora más suave.

Le miré a los ojos, buscando alguna pista en su expresión. En ese momento, todo mi mundo comenzó a desdibujarse entre la confusión y la necesidad de entender: ¿qué significaba realmente ser "nuestra Luna"?

La Prostituta Del Alpha MafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora