Monólogo 2: Dudas en las sombras

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El teatro estaba en calma, envuelto en una atmósfera tenue mientras las luces del atardecer se colaban por las grandes ventanas que daban al escenario. Albedo permanecía en las sombras, apoyado contra una de las columnas laterales, observando en silencio. Había algo en ese lugar, algo en el aire cargado de expectativas, que siempre lo mantenía alerta. No era solo el ambiente del teatro, sino la gente que lo habitaba, las tensiones que parecían latir debajo de cada conversación.

—Todo está progresando según lo planeado... o casi —murmuró para sí mismo, entrecerrando los ojos mientras analizaba el escenario vacío frente a él.

Su mente era un enjambre de pensamientos, observaciones que había recogido en los últimos días. Aunque su posición dentro del teatro no era central, siempre había algo que lo atraía hacia los bastidores, hacia los momentos en los que la gente creía que nadie los observaba.

Albedo pensaba en cómo las cosas habían cambiado desde que Dainsleif había aparecido. El supervisor misterioso había alterado la dinámica entre todos, y aunque no había revelado mucho de sus intenciones, Albedo sospechaba que había algo más en su llegada.

Mientras Albedo reflexionaba, una figura conocida se movía entre los asientos del teatro. Furina, sentada en una butaca, miraba distraídamente el escenario, una mano apoyada en su mejilla. Parecía relajada, casi ausente, pero Albedo sabía que bajo esa calma había algo más.

—¿Qué estará pensando ahora? —se preguntó Albedo, mientras observaba a Furina desde la distancia.

Desde su llegada, Furina había sido una figura intrigante. A menudo se presentaba con una confianza implacable, pero había momentos, como este, en los que parecía perdida en sus propios pensamientos.

Furina jugueteaba con una rosa que alguien había dejado sobre uno de los asientos. Sus dedos deslizaban los pétalos con suavidad, mientras su mente divagaba. Desde la llegada de Dainsleif, sentía que la presión aumentaba, no solo sobre ella, sino sobre todos en el teatro. Aunque Neuvillette la apoyaba, y el equipo confiaba en ella, algo en su interior comenzaba a cuestionar si realmente estaba preparada para lo que se avecinaba.

—Este lugar... —pensó Furina mientras observaba el escenario vacío frente a ella—. Se siente como un refugio, pero también como una jaula.

Albedo notó que Furina parecía estar en una especie de trance. Sabía que no era su estilo acercarse sin más, pero en este momento, algo lo empujaba a intervenir. Con pasos silenciosos, se dirigió hacia ella.

—Parece que tienes mucho en la mente, Furina —dijo Albedo, manteniendo su tono bajo pero firme.

Furina se sobresaltó ligeramente al escuchar su voz, apartando la vista del escenario para mirarlo.

—¿Qué haces aquí, Albedo? —preguntó, fingiendo una calma que no sentía del todo—. Pensé que preferías observar desde las sombras.

Albedo sonrió con suavidad.

—Observar desde las sombras no significa que no pueda interactuar de vez en cuando —respondió—. Solo me preguntaba si todo estaba bien.

Furina dejó la rosa sobre el asiento a su lado, sin apartar la mirada de Albedo. Sabía que él era alguien perspicaz, alguien que no se dejaba engañar por las apariencias. Aún así, no estaba segura de cómo responder.

—Todo está... controlado —dijo, aunque la duda en su tono era palpable.

Albedo asintió lentamente, sin presionarla más. Sabía que Furina era alguien que prefería manejar las cosas a su manera, pero la sombra de Dainsleif y el creciente peso de las expectativas sobre ella parecían estar haciendo mella.

—No tienes que mantener las apariencias todo el tiempo, Furina —dijo finalmente, con una voz suave—. A veces es más útil compartir la carga.

Furina apartó la mirada, una leve sonrisa melancólica asomando en sus labios.

—Tú de todas las personas deberías saber que algunos papeles requieren mantener la fachada intacta... hasta el final.

Albedo no pudo evitar sonreír ante esa respuesta. Sabía que había más detrás de las palabras de Furina, pero no insistió. A veces, las respuestas llegaban por sí solas, sin necesidad de presionarlas.

Desde el otro lado del teatro, una figura observaba todo en silencio. Mona, quien había llegado sin hacer ruido, se mantenía a la distancia, evaluando con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo. No había querido interrumpir, pero algo en la conversación entre Albedo y Furina había capturado su atención.

—El destino siempre juega sus cartas... —murmuró Mona para sí misma, sus ojos siguiendo cada movimiento, cada gesto de los dos.

Aunque su presencia no había sido notada aún, Mona sabía que en algún momento se encontraría en el centro de la trama, pero aún no era su momento. Por ahora, prefería observar, recoger las piezas y prepararse para lo que estaba por venir.

Las luces del teatro parpadearon levemente, como si respondieran a la energía contenida en ese lugar. Albedo, Furina, y Mona estaban atrapados en sus propios pensamientos, cada uno con sus dudas, sus preguntas, pero sabían que pronto sus caminos se entrelazarían de formas que aún no podían prever.

Bajo los focos | EiMikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora