Backstage 2: Ecos de una verdad

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El apartamento estaba sumido en un silencio apenas interrumpido por los ruidos de la ciudad que se filtraban a través de las ventanas. Ei observó a Yae, quien se había dejado caer en el sofá, sus ojos cerrados y su rostro relajado de una manera que Ei no había visto antes. En la penumbra del apartamento, Yae parecía vulnerable, casi irreconocible.

Ei se sentó junto a ella, sin romper el silencio. Sabía que cualquier palabra podía romper la frágil atmósfera que se había creado. Yae era una figura fuerte, casi inquebrantable en el escenario y en la vida cotidiana. Pero ahora, aquí, parecía haber dejado caer todas las máscaras que solía llevar con tanta naturalidad.

Después de un momento, Yae abrió los ojos lentamente y miró a Ei, sus pupilas brillando con una mezcla de emociones que resultaba imposible de descifrar.

—A veces me siento como si estuviera atrapada en un papel que no sé cómo dejar —murmuró Yae, su voz suave y apenas audible—. Como si toda mi vida fuera una actuación interminable... hasta cuando estoy conmigo misma.

Ei la escuchó con atención, sintiendo que Yae hablaba desde un lugar profundo y sincero, uno al que nunca había tenido acceso antes. Se permitió acercarse un poco más, apoyando una mano en el respaldo del sofá, creando un espacio de intimidad en el que ambas parecían suspendidas en un momento fuera del tiempo.

—¿Siempre te has sentido así? —preguntó Ei, su voz apenas un susurro.

Yae dejó escapar una risa breve y amarga.

—La verdad es que ni siquiera recuerdo cuándo empecé a sentirme así —confesó Yae—. Quizás siempre fue así... o tal vez es algo que yo misma creé y no sé cómo destruir.

El silencio se instaló de nuevo entre ambas, pero esta vez, fue Ei quien decidió romperlo. Extendió su mano hacia Yae, sus dedos rozando suavemente el dorso de su mano, en un gesto de consuelo silencioso.

Yae miró la mano de Ei sobre la suya, sus ojos llenos de una mezcla de sorpresa y algo más... algo que ella misma no sabía cómo describir. Cerró los ojos un momento, dejando que el calor de la mano de Ei la envolviera, y en ese instante, sintió una paz que rara vez había experimentado.

—¿Sabes, Ei? —susurró Yae, su voz más suave de lo habitual—. A veces pienso que lo que más me asusta no es el papel que represento... sino que nadie quiera ver lo que hay detrás.

Ei sintió un nudo formarse en su pecho al escuchar esas palabras. Nunca había imaginado que Yae pudiera sentirse tan... sola. Era una revelación que la hizo verla desde una nueva perspectiva, una que la acercaba más a ella.

—Yo quiero ver lo que hay detrás —dijo Ei, con una sinceridad que sorprendió incluso a ella misma—. No me interesa solo el personaje que muestras al mundo. Quiero conocer a la verdadera Yae.

Por un instante, el rostro de Yae se suavizó, y su expresión adquirió una ternura que Ei nunca había visto en ella. Era como si, por un momento, todas las barreras que había construido a su alrededor se desmoronaran, dejando al descubierto una parte de sí misma que rara vez compartía con los demás.

—¿Y si la verdadera Yae no es tan interesante como piensas? —preguntó Yae, con una sonrisa triste.

Ei negó suavemente con la cabeza, sus ojos fijos en los de Yae.

—No creo que eso sea posible —respondió, con una firmeza que dejó a Yae sin palabras.

Las luces de la ciudad seguían parpadeando a través de las ventanas, proyectando sombras sobre ambas mientras el tiempo parecía detenerse en ese instante. Yae respiró profundamente, dejando que el momento se grabara en su mente, y sin saber exactamente por qué, se permitió apoyarse en el hombro de Ei.

Ei sintió el calor del cuerpo de Yae contra el suyo, y una oleada de emociones recorrió su cuerpo. Sabía que este era un momento raro, un vistazo a una parte de Yae que no compartía con nadie más. La cercanía física la hacía sentirse más conectada con ella, como si ambas compartieran un espacio propio, lejos del mundo.

Después de un rato, Yae levantó la vista hacia Ei, sus ojos buscaban algo más, como si intentara descifrar la confusión de emociones que sentía. Con una lentitud casi hipnótica, se acercó a ella, sus labios a escasos centímetros de los de Ei.

Ei sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. La tensión entre ambas, tan familiar pero a la vez diferente, parecía intensificarse con cada segundo que pasaba. Los ojos de Yae se entrecerraron mientras sus rostros se acercaban, y por un breve instante, Ei pensó que el beso iba a suceder.

Pero justo antes de que sus labios se encontraran, Yae se detuvo. Sus ojos, que habían mostrado vulnerabilidad, ahora parecían llenarse de dudas. Lentamente, se alejó, sin romper el contacto visual, pero dejando el momento sin concretar.

—No... no esta noche, Ei —murmuró Yae, con una voz casi imperceptible—. Aún no.

Ei asintió, respetando la decisión sin decir una palabra más. Sabía que lo que había pasado entre ellas era solo el principio de algo más profundo, pero también sabía que no debía forzar nada. Ambas necesitaban tiempo para comprender lo que había sucedido.

Yae volvió a apoyar la cabeza en el hombro de Ei, y esta vez, el silencio entre ellas no era incómodo. Era un silencio lleno de comprensión, de promesas no dichas, de sentimientos que aún no estaban listos para ser expresados.

—Gracias —susurró Yae, sin apartarse de su lado—. No sé por qué me siento así contigo, pero... gracias.

Ei sonrió, sin apartar la mirada. Sabía que no necesitaban palabras en ese momento, que lo que compartían iba más allá de cualquier cosa que pudieran decir. En el silencio de ese departamento, ambas encontraron una paz que no sabían que estaban buscando.

Bajo los focos | EiMikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora