Capitulo 32

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Sentí unas manos frías acariciar mi cabello

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Sentí unas manos frías acariciar mi cabello. No había ternura en sus movimientos, más bien eran mecánicos, como si lo hiciera sin realmente sentir nada. Sus dedos descendieron hasta mi rostro, rozando mis mejillas de una manera tan superficial que resultaba casi incómoda, como si me tocara por simple obligación. El silencio de la habitación fue roto por un sonido que conocía demasiado bien: un llanto contenido, ahogado. El sonido de una mujer llorando.

—Odio que seas mi hijo —Murmuró cerca de mi oído, con una voz rota y llena de desprecio. Me quedé en silencio, apretando los labios con fuerza para evitar que las palabras que ardían en mi garganta se escaparan. Sentí la necesidad de defenderme, de gritarle que dejara de repetirlo, pero me contuve. Cerré los ojos, no porque estuviera cansado, sino porque quería evitar que las lágrimas que luchaban por salir finalmente lo hicieran. No quería que viera mi debilidad.

Su voz se volvió más baja, como un susurro lleno de amargura.

«Odio ser tu madre.

No era la primera vez que escuchaba esas palabras. Las conocía de memoria, cada sílaba tallada en mi mente, cada vez más profunda con cada repetición. Había crecido oyéndolas. Sus palabras eran como un recordatorio constante de mi insignificancia, de lo poco que yo significaba para ella.

Siempre lo supe. Desde que tengo memoria, sus palabras estaban allí, sus miradas de desprecio, su desdén que me hacía sentir tan pequeño. Crecí con su rechazo, y aunque intentaba ignorarlo, dolía. Siempre me lo decía, siempre me lo recordaba, como si fuera su deber asegurar que yo supiera lo indeseado que era. Y a pesar de todo, algo en mí seguía deseando lo que nunca tuve. Yo solo quería una familia, un lugar donde encajar, donde sentir que importaba. Y aunque lo deseaba nadie me daba eso realmente. La aldea susurraba que era un omega salvaje, mi familia me odiaba y mi unión me había dado la espalda.

Ofiuco y Cetus fueron los únicos que parecían amarme, que me miraban con algo más que indiferencia o desprecio. En ellos encontré algo de consuelo, algo que me hacía sentir que, tal vez, no todo estaba perdido. Pero, aun así, esa chispa no parecía suficiente. Yo quería poder ser normal, yo quería el amor de mi madre.

 Yo quería poder ser normal, yo quería el amor de mi madre

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DAMIED: AriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora