Capítulo 18

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Los chicos no querían separarse de nosotros ni por un segundo

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Los chicos no querían separarse de nosotros ni por un segundo. A medida que comenzábamos el viaje hacia lo que sería nuestro nuevo hogar, los sentía a todos siguiéndonos muy de cerca, como si necesitaran estar seguros de que no desapareceríamos otra vez. Era reconfortante y, al mismo tiempo, un poco abrumador. Sus pasos eran casi sincronizados con los nuestros, como si formáramos un solo ente en movimiento.

Con el tiempo, la aldea apareció ante nosotros, casi de repente. No me había dado cuenta de lo rápido que habíamos avanzado hasta que me vi frente a la entrada. Algunos aldeanos caminaban de un lado a otro, como si algo los tuviera preocupados. El ambiente se sentía tenso, y los rostros que se volvían hacia nosotros reflejaban ese nerviosismo. Los que no nos conocían nos miraban con recelo, mientras que otros, los que sí lo hacían, abrían los ojos con sorpresa. Los murmullos no tardaron en extenderse por el lugar, creando un murmullo constante a nuestro alrededor.

De pronto, una figura llamó mi atención. Una mujer de cabello blanco, que hasta ese momento había estado apartando a las personas como si intentara escapar, se detuvo en seco al vernos. Sus ojos, que antes estaban llenos de frustración, se clavaron en nosotros con una mezcla de incredulidad y rabia contenida. Parecía furiosa al principio, su ceño fruncido como si estuviera a punto de gritarnos, pero algo cambió en su expresión. Apenas un segundo después, sus ojos se abrieron de par en par, inmovilizada por la sorpresa, y se quedó tan quieta como una estatua.

Era una mezcla de emociones intensas. El reconocimiento en sus ojos me hizo sentir una mezcla de alivio y nervios. Había tantas cosas que desconocía sobre lo que nos esperaba en este lugar, y sin embargo, estaba dispuesto a enfrentarlo todo. Miré a Cáncer buscando una señal, y lo vi sonreír levemente, de una manera que parecía al mismo tiempo apenada y divertida. Era como si toda la situación le resultara graciosa, pero también lo hiciera sentir un poco incómodo.

—Supongo que alguien no esperaba vernos tan pronto —murmuró Cáncer, todavía con esa sonrisa contenida, mientras intercambiábamos una mirada cómplice.

Al poco tiempo, unas pisadas rápidas resonaron detrás de la aglomeración de personas, y de repente, algunos de nuestros alfas irrumpieron en la escena, apartando a la multitud visiblemente enojados. Estaba claro que iban a dar una buena reprimenda a los omegas que se habían atrevido a salir sin permiso.

Capricornio, Géminis, Orión y Eridanus se colocaron frente a nosotros. El primero en percatarse de nuestra presencia fue Géminis, quien al vernos, abrió los ojos con una mezcla de sorpresa y miedo, como si estuviéramos hechos del mismo material que sus peores pesadillas. Capricornio, por otro lado, parecía como si nos considerara invisibles

—¡¿Dónde han estado?! ¡Carajo, estábamos muy preocupados! —Exclamó Capricornio, su voz llena de furia mientras miraba a los omegas que nos rodeaban, visiblemente frustrado—. ¡¿Acaso se detuvieron a pensar qué pasaría si salían solos de la aldea sin ningún tipo de protección o aviso?!

El ambiente se tensó más. Capricornio estaba a punto de seguir con su reprimenda, pero en ese instante, sus ojos se clavaron en mí, reconociéndome. Una pausa cargada de incredulidad llenó el aire.

«¿Aries...? —Su voz, que antes estaba llena de reproches, ahora sonaba quebrada por la sorpresa. El resto de los alfas también nos miraban, tratando de procesar lo que veían.

La tensión se rompió en un instante, transformándose en un silencio incrédulo mientras nos observaban, intentando entender cómo era posible que estuviéramos allí, después de tanto tiempo y tanta incertidumbre. El regreso, que había imaginado de tantas formas, no era ni de cerca lo que había previsto.

De pronto alguien apartó a Eridanus y Orión y después Cáncer estaba siendo abrazado por Tauro, lo mire sorprendido porque no había notado su figura entre nosotros.

—Tauro...—Escuche el susurro de Cáncer y ví como este le devolvía el abrazo mientras hacía lo mismo que Tauro;esconder su rostro en su cuello y empezar a llorar—. Ya volví a casa.

Mi pecho se apretó por un instante, y sin querer, mis pensamientos volaron hacia Ofiuco y Cetus. Recordé lo que Sagitario había dicho sobre la jaula en la que los tenían, una jaula para proteger a los demás y evitar que se volvieran salvajes. Me preocupaba no haberlos visto todavía, no saber cómo estaban. Sentí un nudo en el estómago, y traté de calmarme, tomando un suspiro profundo.

Mientras lo hacía, el olor a incienso y hojas de higuera me rodeó de repente, llenando mis sentidos. Era el aroma de Acuario, y como siempre, algo en ese olor provocaba una reacción en mí. Mi corazón empezó a latir más rápido, casi descontrolado.

Cuando abrí los ojos, de alguna manera ya estaba pegado al pecho de Acuario, mi rostro demasiado cerca del suyo. Sentí cómo el calor subía por mi cuello y me invadía la cara. Mis mejillas debían de estar de un rojo intenso, pero no podía apartarme. No entendía por qué siempre que estaba cerca de él mi corazón reaccionaba de esa manera. No era normal, ¿verdad?

Mientras mi mente se debatía en esta confusión, no podía evitar desear algo más. Quería sentir los aromas de Cetus y Ofiuco también. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había estado con ellos, y aunque me alegraba el reencuentro con los demás, mi corazón seguía anhelando el reencuentro con aquellos que habían sido tan importantes para mí.

Acuario me observaba con esa calma suya, la que parecía impermeable a cualquier caos. Sus ojos me escudriñaban como si intentara asegurarse de que no era un espejismo. Mi corazón seguía latiendo desbocado, y yo seguía sin comprender por qué su presencia desataba tal tormenta dentro de mí. Todo lo que mi mente podía preguntarse era: ¿Por qué Acuario siempre me hacía sentir así?

Y entonces, su voz ronca rompió el silencio entre nosotros, sus palabras apenas un susurro, pero lo suficientemente cercanas como para que un escalofrío recorriera mi columna.

—¿Cómo estás vivo? —Preguntó, su voz cargada de una mezcla de asombro y vulnerabilidad. Antes de que pudiera responder, lo sentí acercarse más, hasta que su nariz se apoyó en mi cuello. Cerré los ojos cuando empezó a inhalar profundamente mi aroma, como si necesitara esa confirmación sensorial de que yo era real, de que no estaba imaginando todo aquello—. No eres una ilusión, ¿cierto?

Su pregunta estaba cargada de tanto anhelo que me dejó sin palabras por un instante. Sentía su aliento cálido contra mi piel, y mi cuerpo reaccionaba como si estuviera atrapado entre el deseo de alejarme y el deseo de quedarme en ese momento, congelado en el tiempo. Mi mente intentaba procesar lo que estaba ocurriendo, pero la proximidad de Acuario me tenía atrapado, incapaz de pensar con claridad.

—Estoy aquí, Acuario —Murmuré finalmente, aunque mi voz sonó más frágil de lo que esperaba—. No soy una ilusión. Estoy vivo.

No sabía si esas palabras serían suficientes para calmar la tormenta que parecía agitarse en su interior, pero eran todo lo que podía ofrecer.

DAMIED: AriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora