Capitulo 2

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Juliana vivía en la zona sur del pueblo, lugar donde residían los de clase media. Su barrio era agradable, lleno de altos árboles que, en algunas calles, cubrían parte del cielo frente a las casas de tamaño promedio, con patios no tan extensos y frentes iguales.

Dejó de pedalear la bicicleta en el cruce para llegar a su calle y respiró profundamente el aire puro que la naturaleza le brindaba. Le fascinaba el lugar donde vivía, no era precisamente los suburbios, pero le hacía la competencia.

Se fue bajando de la bici antes de que siquiera se detuviera y dobló el manubrio solo un poco para adentrarse al frente de su casa, justo al lado de donde iría el coche de su madre adoptiva. Juliana solo tenía seis años cuando su madre murió en un extraño accidente y siete cuando Guadalupe, la mejor amiga de su madre y también la directora de la primaria a la que Juliana asistía, se percató que algo iba mal en casa de los Valdés, específicamente, por su padre. Su hermano de apenas meses de nacido, Michel, y ella, quedaron bajo la tutela de Guadalupe una vez que Juliana se desmayó en el colegio por desnutrición.

La mujer de tez trigueña les daba lo mejor que podía, era también estricta en varios aspectos, pero un ángel a fin de cuentas que los salvó a ella y a su hermano.

Lupe y Juliana tenían algunas que otras peleas usualmente, ninguna grave, y las dos le atribuían la culpa a la adolescencia. Mientras que su hermano Michel, un niño demasiado inteligente para la edad de once años, era más hiperactivo y hablador que Juliana, le encantaba meterse en donde no lo llamaban y hacer comentarios extremadamente sinceros. De todas maneras, lo amaba con su vida, así tuvieran varias peleas, siempre estarían ahí el uno para el otro.

Dejó la bicicleta al lado del garaje y una vez que entró a la casa con su propia llave, tiró perezosamente la mochila junto a la puerta. No había nadie en casa, como era usual. Lupe llegaba pasadas las cinco y traía consigo a Michel luego del kárate.

Se habían mudado al pequeño pueblo en Taxco por la muy buena oferta de trabajo que le ofrecieron a Lupe para ser directora de la primaria Taxco. Habían niños que estudiaban también en la tarde, y como se sabía muy bien: la directora debería ser la última en irse. Y ella lo hacía, sin importar los refunfuños de su hijo.

Juliana vio el reloj en la pared de la cocina. Todavía faltaban un par de horas para que su pequeña familia llegara, tenía tiempo de darse una ducha y luego tendría que empezar a preparar la comida.

Su mente fue vagando hasta una chica rubia de ojos azules mientras se desvestía en su habitación.

Hoy, de nuevo, la había atrapado mirándola. Estaba sucediendo cada vez más seguido y eso le preocupaba un poco, no quería quedar como la acosadora loca que la veía siempre... aunque una de tres era cierta. O quizás dos.

Valentina tenía algo distinto a todos en el pueblo, ella no era como los habitantes de aquel lugar. Lo sabía. La había contemplado durante un tiempo para darse cuenta de ello. Se preocupaba por los demás, a diferencias de la mayoría que solo querían chismear en la vida del otro, inmiscuirse donde no los llamaban y regodearse con el pesar de alguien más.

En un sitio tan pequeño como su pueblo todo se sabía. Todos tenían voz en tu vida. Todos seguían las mismas reglas. Todo era juzgado por todos, y con todo se refiere a la gran mayoría. Por eso, encontrarse con Esmeralda fue un agradable respiro de lo típico que la rodeaba. Ver lo liberal que era ella, lo suelta y deshinbida la atrapó casi de inmediato. La morena fue clara con Juliana cuando le dijo que era lesbiana y que le atraía, cuestión que sorprendió a Juliana, no porque fuera homosexual, sino porque no le importara decirlo. No tenía miedo, no sentía que la fueran a fastidiar con eso o le daba igual, era su vida y la de más nadie.

Clásico VIII JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora