Valentina conducía con poca velocidad por las afueras de su pueblo. El sol había caído varias horas antes una vez que todos regresaron a casa luego del partido de Taxco contra Brimmer. Juliana dormía plácidamente en el asiento copiloto con la cabeza apoyada de la ventanilla y absorta de cualquier cosa que no fuera su sueño.
La rubia la veía de vez en cuando por el rabillo del ojo, su respiración calmada y sus párpados cerrados velando lo que sea que soñara que le hacía tener esa mínima sonrisa. Parecía un bebé feliz y calmado.
A pesar de sentirse tan a gusto estando en ese coche con Juliana, no podía dejar de darle vueltas al pensamiento que la invadió estando en aquél campo de fútbol, cuando veía a Juliana correr hasta sus becadores y algunos patrocinadores.
¿Qué pasaría con ellas luego de la secundaria?
Valentina sabía cuál era su plan individualmente. Ella iría a la universidad local como su madre ya había impuesto y su padre aceptado. Pero ahora, pensando en su vida con Juliana, no sabía cuál sería su futuro. Era completamente incierto. Dudaba que la pelinegra se quisiera quedar en ese pueblo teniendo tan buenas posibilidades para irse.
Quería tanto a Juliana que, si antepusiera a su lado egoísta, le pediría que no se marchase. No obstante, Valentina se sentía demasiado orgullosa de ella y feliz de verla lograr lo que tanto se propuso. No era capaz de pedirle que se quedara. Le deseaba lo mejor, así eso fuera no estar con ella.
El sendero fue tranquilo con la baja música, las luces del pueblo desapareciendo a medida que se alejaban de él y llegaban a su destino. Juliana no sabía a dónde la llevaría, era una sorpresa por haber ganado en la vida, más allá de haber perdido el juego.
La rubia se estacionó al lado del lugar que consideraba perfecto para lo que tenía en mente. En el maletero del auto tenía una canasta llena de comida y una botella de champaña que robó del almacén de la mansión Carvajal, igual nadie se daría cuenta, y una cobija azul con cuadros de diferentes colores claros.
"Juls..." sacudió con suavidad el brazo de la pelinegra, pero ésta no se despertó "Cariño, despierta. Ya llegamos". volvió a intentarlo y tampoco funcionó, tan solo le sacó unos murmullos incomprensibles.
Al ver que Juliana estaba casi inconsciente se le ocurrió una brillante idea que haría esa celebración aún más especial. Salió del coche con sigilo y abrió el maletero para preparar todo a unos cuantos metros de donde había estacionado.
Una vez que terminó, se dio dos palmaditas mentales en la espalda. Se veía tan romántico como ella quería. Ahora tenía que hacer lo más difícil: despertar a Juliana. Volvió al coche y se subió al asiento piloto para intentar nuevamente despertar a su novia. Por suerte, en esa ocasión sirvió lo de "la tercera es la vencida", porque Juliana se despertó y se desperezó mientras Valentina apagaba el coche.
"¿Ahora sí me dirás dónde estamos?" Preguntó Juliana sonriente una vez que se bajó del coche, esperando a que la rubia llegara a su lado para tomarle la mano.
"Te digo ahora". Valentina tiró de ella hasta el lugar que había preparado y la enorme sonrisa de una impresionada Juliana hizo que quisiera aplaudirse.
"¡Vaya!" Las cejas de la pelinegra se elevaron viendo el pequeño picnic nocturno que Valentina preparó.
La cobija estaba perfectamente decorada con una canasta, una botella de champán y dos copas alargadas. Justo al lado estaban colocadas estratégicamente varias velas dentro de envases de vidrio, haciendo de lámparas que iluminaban el lugar de una tenue y hermosa manera. Juliana se maravilló con esas luces y sus ojos debían estar radiantes por el beso en la mejilla que Valentina le depositó al cabo de unos segundos. Ni siquiera podía moverse de lo enternecida que estaba. Nunca habían hecho algo así por ella y que el gesto viniera de Valentina era sencillamente perfecto. Que lo hiciera su rubia solo hacía todo eso aún más especial.