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César no había regresado de la localidad en la que lo entrevistaron, y una calma particular se había apoderado de ese territorio que Gregory contemplaba a través de la ventana. El día brillaba melancólicamente y las nubes eran como bruscas pinceladas que tachaban el azul del cielo.

Había visto la entrevista en vivo y en directo en ese vetusto televisor que ahora estaba delante de él con la pantalla completamente negra. Ya no quería recibir más noticias, no quería saber nada más del mundo exterior al menos hasta que su compañero regrese y decidan qué hacer.

Todavía no se había enterado de la muerte de Randal, pero sabía que quedaban pocos de eso que Bosh había llamado "el equipo". Quizá por eso la demora de César le preocupaba.

Salió de esa casa, para caminar por el insulso terreno que la circundaba, ése que César había recorrido tantas veces. Había largos surcos, picos y palas clavados en la tierra, pero ninguna de esas plantas temibles, sólo algunos arbustos vulgares, muy pocos, cerca de los pozos que dejaron los árboles que fueron arrancados de raíz. Bidones de plástico, latas vacías. Nada sorprendente, nada que pueda considerarse peligroso o anormal.

Entonces vio que alguien venía caminando hacia él, una mujer, de aspecto algo turbio. El cabello desmañado le hizo recordar a Mel, e inmediatamente se dio cuenta de que era la persona que César había ido a buscar a ese lugar. Y cuando se acercó un poco más a él, descubrió que también estaba descalza.

-Yo si fuera usted no usaría esas botas en este terreno maldito-dijo la mujer.

-El comisario César me trajo hasta aquí-dijo Gregory.

-Lo imaginé-dijo la mujer-. Vi las huellas de ese auto en la entrada. Ningún otro vehículo deja esa clase de huellas, solamente ése, del cual ese hombre nunca se despega. Todo lo hace con él, y a todos lados van juntos. Ese automóvil es como una silla de ruedas. ¿Y usted por qué no se fue con él?

-Me pidió que me quedara por si alguien venía-dijo Gregory-. Recibimos un mensaje de un compañero nuestro, y César se comunicó con un canal de televisión para concertar una entrevista. ¿No ha visto el noticiero?

-No miro televisión-respondió la mujer, malhumorada-. Vuelva a la casa, por favor. Este suelo no nos pertenece, no sé qué están haciendo aquí. Y deme esas botas antes de entrar a la casa. Yo las lavaré. Las botas suelen engañarnos, y esas semillas no son de este mundo. Por cada semilla grande y visible hay otras cinco que son minúsculas, se meten en los pliegues de los calzados, y uno las distribuye sin darse cuenta dentro de la casa, dejándolas a veces en sitios que casi nunca frecuenta, permitiéndoles así germinar libremente. Esas sub-plantas son las más peligrosas, porque tienen el grosor de un hilo, y sus flores, además de ser notablemente pequeñas, tienen pétalos transparentes. Es muy difícil advertirlas. Pero sus esporas son tan peligrosas como las que suelta la planta-madre, la que ingenuamente están combatiendo allá en la ciudad. Es un señuelo, un medio de distracción gracias al cual se propaga el verdadero peligro.

-No lo sabía-dijo Gregory.

-Así es-confirmó la mujer-. Si usted abre una de esas semillas grandes, y dispone de una lupa, verá que dentro de ella hay cinco compartimientos, cinco huecos perfectamente circulares. Allí están las sub-semillas, como yo las llamo. Los idiotas que combaten a estas plantas rompen la semilla mayor sin dañar a las otras, pues no las ven. Así no sirve, hay que incinerar la semilla madre, reducirla a cenizas, para que mueran todas. De otro modo, las otras seguirán prosperando entre los pedazos desparramados. Se lo he dicho varias veces a César, pero no me toma en serio. Yo conozco al último descendiente de aquellos hombres que descubrieron estas formas de vida, y que sucumbieron, hace tantos siglos atrás, a causa de ellas. Yo sé cosas que la ciencia aún no conoce. Por eso no pueden detener esta catástrofe. Cuando vi esos rostros en los murales, vi el rostro de esta persona, vi ese semblante que ningún hombre civilizado tiene, y supe que allí, en esa persona, estaban muchas de las respuestas que ustedes han estado buscando. No soy una bruja. Soy alguien que sabe mirar. Ustedes investigan la materia, pero no saben verla. Aunque ahora, tomando en cuenta que César lo trajo hasta aquí, supongo que ha reconsiderado mis palabras.

Las flores del silencioWhere stories live. Discover now