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A la mañana siguiente, cuando se despertó, la mujer ya no estaba. La buscó por todas las habitaciones y en el misterioso territorio que rodeaba la casa, hasta que, al regresar al comedor, descubrió un papel sobre la mesa al que no le había prestado atención antes. Era una nota, escrita con la misma lapicera de color azul que estaba sobre ese papel, y el texto decía:

"Los Oshiras no tienen carne, no tienen existencia material, pero las sacerdotisas sí. Podemos trasladarnos mentalmente en el espacio, pero también en el tiempo. Fue un gusto haberlo conocido y espero que la información que le he dado le sirva de algo. Ya no volveremos a encontrarnos, por lo menos no en esta época en la que nos vimos por primera vez".

Nada más, sólo eso decía el mensaje.

Recordó que su padre, en uno de sus informes, se había referido a unas mujeres que oficiaban de sacerdotisas, y que tenían la capacidad de modificar casi totalmente su aspecto físico, excepto el color y la forma de sus cabellos. Aunque los tiñeran, o los peinaran, siempre regresaban a su apariencia original. Eran mujeres lujuriosas a las que la ausencia de hombres después de cada guerra obligaba a emigrar no sólo hacia otras regiones del planeta, sino también hacia otras épocas cuando la primera manera de emigrar no les resultaba suficiente. Sin embargo, tenían también la noble tarea de contener la propagación de las "señoras de la tierra" que estaban atormentando a su tribu.

Dejó el papel sobre la mesa, se sentó en una de las sillas y permaneció allí, en ese comedor, esperando a César, y quizá también a esa misma mujer que se había esfumado mágicamente.

Pero ninguno de ellos regresaría jamás.

Las flores del silencioWhere stories live. Discover now