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Rachas de nubes que flotaban en el cielo como turbios jirones de trapo, vestigios de alguna tormenta que se había abatido sobre esa región del país y de la que Collins no se había enterado.

El volante casi no había girado en sus manos durante todo el viaje. No precisaba más que de una sola ruta, recta y por lo general con poco tráfico, para ir desde el Área hasta esa residencia solitaria.

Campos sin animales, o con algún perro ocasional. La pobreza de los paisajes le sorprendía cada vez que pasaba por allí.

Pero ahora no le preocupaba tanto eso, sino el llamado de Moore. Había tratado de comunicarse con él en varias ocasiones desde que Decroch le dio la noticia, pero Moore no respondía y, para colmo, ese teléfono que no recibía esa respuesta empezó a sonar porque Decroch lo estaba llamando para decirle que había encontrado al doctor Sean muerto en el dormitorio que le habían reservado.

Recordó haber visto por primera vez a ese hombre en la conferencia que dio Freeman sobre los capítulos 4 y 5 del informe del doctor Becker.

Recordó haberlo visto allí, parado entre la concurrencia, junto a una mujer de cabello rojo, pero todavía no sabía que era doctor, ni que se llamaba Sean. Y también recordó que algunos detalles de esa conferencia le causaron cierta repulsión, principalmente cuando Freeman contó que la sacerdotisa frotaba contra su clítoris alguna de las hojas que solían desprenderse de la planta, mezclando así el casi imperceptible polvo grisáceo que las recubría con el fluido resultante de la masturbación. Luego, escupía este primer compuesto, para volver a amasarlo hasta que se formara gracias a la saliva una pasta negruzca con manchas rojizas, que posteriormente dejaba resecar durante un par de horas debajo del sol. Así se producía el afrodisíaco cuyas características químicas, insólitamente, también se encontraban en un fármaco que se comercializaba libremente en la actualidad. Un compuesto cuya milenaria receta había llegado de alguna forma a los laboratorios de nuestra civilización.

¿A través de quién o quiénes? ¿Y de dónde se obtenían en nuestra época los ingredientes?

-Ahora no puedo ir-dijo Collins-. Estoy llegando a la vivienda, y no creo que sea para tener buenas noticias. Moore no me responde. Por favor, deje el dormitorio cerrado con llave. Que nadie toque nada hasta que yo regrese.

-Entendido-dijo Decroch.

Divisó la vivienda a lo lejos. Disminuyó la velocidad. Otros cinco chicos habían desaparecido, también en las inmediaciones de esa vieja refinería. Pequeñas "mulas" al servicio de las señoras de la tierra que seguramente también habían sido asesinadas.

Un perro empezó a correr junto a la furgoneta. Algunas cercas estaban caídas, vapuleadas por los vientos.

Frenó. Descendió del vehículo, con demasiada prisa, sin tomar en cuenta que el silencio que rodeaba la casa le estaba diciendo que algo no andaba bien allí y que debía proceder con precaución.

La puerta casi se desprende del marco cuando la empujó. Adentro, barro y agua, huellas de pisadas y de objetos bastante grandes que habían sido arrastrados.

Revisó las habitaciones, salió al descampado, gritando el nombre de Moore.

No pudo no sospechar que habían interceptado la llamada, y que secuestraron a Moore y se llevaron la evidencia que éste había hallado.

También se habían llevado el cuerpo de Gregory.

Regresó al comedor, se sentó. No lograba adivinar qué había ocurrido, pero estaba convencido de que lo que había ocurrido era ya absolutamente irremediable.

Se preguntaba si Decroch le habría prestado atención a lo que él le dijo.

Sí, lo había hecho. Había cerrado la puerta con llave y comenzó a subir las escaleras mientras el Área recuperaba su bullicio habitual. Argos lo seguía, emitiendo un rumor agudo y pasando de un peldaño al otro con una habilidad forzada y un tanto grotesca, dado que su especialidad consistía en desplazarse sobre superficies horizontales.

Las flores del silencioWhere stories live. Discover now