Llegaron. Los recibió un hombre calvo, con un delantal blanco, llamado Decroch, y luego ingresaron a esa fortaleza de paneles traslúcidos a través de un pasillo, secundados por un vehículo pequeño, semejante a una aspiradora moderna, que, por algún motivo que Sean desconocía, empezó a acompañarlos y en cierto modo a guiarlos cuando ese tal Decroch se alejó de ellos.
Sean se sintió un poco ansioso. El corazón, el corazón que siempre quiere salirse del pecho y adelantarse a los ojos, a los oídos, conocer lo que se avecina antes de que pueda hacerlo cualquier otra parte del cuerpo.
-Aquí comemos hasta cuatro veces al día-dijo Collins-. En estos momentos, el equipo de trabajo se encuentra en el comedor. Por eso no hay nadie frente a las máquinas. No, no se trata de uno de esos imperios tecnológicos actuales donde todo está automatizado. Aquí los robots sólo realizan tareas básicas, ocasionales, como la que está ejecutando ese rectángulo rastrero, que nos está llevando hacia la tercera sala, especie de oficina donde yo suelo administrar todo lo que usted está viendo, obviamente con la ayuda de Decroch. Sin él me resultaría imposible.
Sean se detuvo. Se sintió un poco agitado. El corazón, el corazón que a veces se cansa, a veces trabaja más de la cuenta.
-¿Se siente bien?-preguntó Collins.
-Sólo un poco mareado-respondió Sean-. ¿Hay suficiente oxígeno aquí?
-No se preocupe-dijo Collins-, aquí no le faltará el oxígeno. Es sólo una sensación que transmiten las paredes. Creo que ya le he dicho que al principio tendrá esas sensaciones.
El pequeño vehículo rectangular se detuvo frente a una puerta cerrada, detrás de la cual se veía, gracias a su transparencia, un escritorio, anaqueles y un bote para la basura.
Collins abrió esa puerta. Ingresaron. No se puede ingresar a un recinto transparente sin sentir que se ha cometido un acto absolutamente inútil o ridículo, por lo que Sean no supo disimular su incomodidad.
-Se acostumbrará también a esto-dijo Collins, adivinando lo que Sean estaba sintiendo-. Considere que aquí no hay nada que ocultar. Desde cualquier oficina se puede ver lo que ocurre en las otras. No volverá a estar en un sitio tan confiable.
Y luego se acercó al escritorio, abrió uno de sus cajones, estaba a punto de extraer algo de él cuando Decroch ingresó a la oficina, apurado, y dijo:
-Hemos recibido un llamado del agente Moore. Dijo que ha encontrado algo.