Algo en la oscuridad de su mente emitió un destello, apenas un breve esplendor de lucidez que, por un instante, reavivó su esperanza, pero luego se desvaneció sin dejar siquiera una estela a la que su errabunda reflexión pudiera asirse.
Leyó el papel que acababa de levantar del suelo, la lista de nombres que la mano de Edward había registrado nerviosamente, y encontró, efectivamente, el de Edgar, y junto a este nombre un domicilio y un número telefónico.
¿Y esto de qué le serviría? Edgar posiblemente sabía algo de Mel, pero lo raro era que su ausencia no lo haya motivado a buscarla, a preguntar por ella, a frecuentar siquiera una vez este viejo teatro luego de su desaparición.
Caminó a lo largo del escenario sin actores, frente a las butacas sin público. La oscuridad y el silencio se combinaban de tal manera que parecían generar un tercer elemento. Siguió caminando sobre el endeble piso de madera, principalmente para producir algún ruido en esa desolación y no porque estuviera dirigiéndose hacia algún destino preciso. La filmación se había cancelado. Una lástima, porque por lo menos hubiera aportado algo de originalidad al cansino panorama de la cultura contemporánea.
Había algunas ideas interesantes, una trama novedosa. El problema había sido el elenco.
Salió del teatro y se dirigió al domicilio que estaba indicado en ese papel junto al nombre de Edgar. Cruzó una de las calles principales de la ciudad, eludiendo, con bastante imprecisión, los vehículos que transitaban a toda velocidad. Pensó que la ciudad estaba enloqueciendo, otra vez, como siempre, pero en esta ocasión por un motivo realmente importante. ¿O no era probable que esos conductores también estén emigrado hacia los pueblos o regiones rurales, donde ingenuamente tantas personas creen que están a salvo?
Era probable, y también lo era que Mel estuviera viva y que ese tal Edgar conociese su paradero. ¿Por qué nadie fue a investigar en esa casa? ¿Tan poco les importaba Mel?
Era probable. Algo en la oscuridad de su mente, algo que había brillado una sola vez, estrella remota de la sabiduría que se apagó antes de iluminar por completo esa respuesta que Randal había estado buscando durante tanto tiempo.
Pero quizá vuelva a brillar, con mayor intensidad, en cualquier momento. No debía darse por vencido. Su mente era así, inestable, como el espíritu de Mel. Le había ocurrido eso muchas veces.
Y de pronto se detuvo frente a ese número dibujado en la pared y esa puerta marrón, alta, escueta, cuya perfecta y pulcra rectangularidad, en ese contexto rudimentario, expresaba ante todo la desidia del arquitecto que no quiso arriesgarse a una planificación menos convencional.
Una simple y elemental tabla. La golpeó, dos veces, y Edgar atendió y lo invitó a ingresar hasta el comedor sin decirle una sola palabra, usando simplemente esos gestos que apenas logran transmitir algo de amabilidad, pero Randal ya sabía que ese hombre no era alguien que precisamente se caracterice por su simpatía o buenos modales.
Nunca antes había hablado con él, pero había escuchado conversaciones, entre él y Edward, en los pasillos del viejo teatro.
-¿Vino a buscar a Mel?-le dijo, con una voz sombría, desgastada, apenas se sentó en una de las sillas del comedor .
-No creo que pueda encontrarla con tanta facilidad-respondió Randal-. Si aún está viva, no creo que esté en algún lugar donde yo pueda hallarla.
-¿Cree que se está escondiendo?-preguntó Edgar.
-Por lo menos no ha dado ninguna señal de vida desde aquel incidente-dijo Randal-. No se ha comunicado con ninguno de los miembros del elenco, ni con Edward. Entiendo que ustedes no se llevaban bien, pero se veían, fuera del teatro, al menos un par de veces.