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Bajó del taxi y corrió hacia la puerta de su vivienda, que estaba entornada. Como todos los días, ingresaría a ella, le dirá a su esposa que se demoró un poco porque tuvo un inconveniente en su trabajo, saludaría a sus hijos y si ellos le preguntaban si los amaba, él les respondería que sí, que los amaba más que a nada en el mundo.

¿Pero qué sucedería cuando ya no sea capaz de mentir?

El televisor, como todos los días, estaba encendido. Proyectaba un esplendor azulado y trémulo contra la pared del living en la que los cuadros pintados por su esposa evocaban tristemente una vocación que nunca más sería ejercida.

El perro estaba en un rincón, recostado, indiferente a los burdos intentos de Dolly por quitar una mancha que afeaba el flanco izquierdo del sofá.

-¿Qué sucedió?-preguntó Sean.

-Los niños estaban con sus amigos-dijo Dolly, malhumorada-. No sé los nombres. Volcaron una de esas gaseosas con las que siempre andan. Por Dios, parece ácido.

-No importa-dijo Sean-. Déjalo así. ¿Y por dónde andan ahora?

-Su esposa los retó y los llevó al jardín-respondió Dolly-. Supongo que están allí todavía. Ella ha estado muy nerviosa hoy, por todo ese asunto, desde aquel atentado.

-Estamos investigando eso-dijo Sean-. ¿Escuchó alguna novedad en la televisión?

-Estuve casi todo el tiempo en la cocina-respondió Dolly con cierta tristeza-. No quise ni salir al jardín, no sabía que ya podíamos hacerlo. Usted había dicho que todavía no era conveniente.

-Había algunas plantas-dijo Sean-, muy similares a las que están causando estos problemas. Pero ya las han examinado, y no tenemos de qué preocuparnos. Por ahora no. Y es que estamos todos un poco paranoicos. De cualquier forma, no está de más revisar los jardines. En muchas ciudades lo están haciendo. Las aves podrían estar esparciendo las semillas.

-Qué desastre-exclamó Dolly.

Samanta apareció de repente en el living.

-¿Dónde has estado?-preguntó.

-Tuve un inconveniente en el trabajo-respondió Sean-, otra vez. Pero ya lo resolveré, no te preocupes.

-Los niños estaban inquietos-dijo Samanta-, así que los llevé al fondo, para que me ayuden a limpiar la piscina. Eso los entretiene bastante.

-Por suerte-dijo Sean, y se dirigió hacia el jardín.

Allí estaban los niños, y dos amigos más, alrededor de la piscina, con la red y las bolsas para los deshechos. Tommy, al ver a su padre, corrió hacia él, pero Debi se quedó junto a sus amigos.

-¿Qué sucede Debi?-preguntó Sean-. ¿No vas a saludarme?

-Creo que tiene miedo de que la castigues-dijo Tommy-, por lo que hicimos en el living.

-No he venido a castigarlos-dijo Sean-. Ustedes saben que los amo más que a nada en el mundo. Si es necesario compraremos otro sofá, o lo repararemos de alguna forma.

Los niños sonrieron. Tommy regresó al borde de la piscina. Sean sintió la presencia de su esposa a sus espaldas.

-Qué noche extraña-dijo Samanta-. No se ven las estrellas, pero el cielo está despejado.

Sean no dijo nada. Entendió que esta observación sólo fue formulada con la intención de iniciar un nuevo diálogo, y que a su esposa no le preocupaba en absoluto el aspecto de ese cielo.

-Bien-continuó Samanta-. Ya es tarde. Llamaré a los padres de los otros niños para que vengan a buscarlos.

Samanta se alejó y el teléfono celular empezó a vibrar en el bolsillo de Sean. Gregory lo estaba llamando, lo cual nunca antes había ocurrido, o había ocurrido una sola vez.

Las flores del silencioWhere stories live. Discover now