Huyeron a través de la avenida principal y, cuando entraron en la carretera, Bogart dio un salto que los atemorizó, porque pensaron que el vehículo había perdido una rueda o sufrido alguna otra clase de desperfecto que los obligaría a descender.
Pero siguió andando, sin inconvenientes.
-Así es Bogart-dijo César-, en seguida se pone de pie y sigue adelante. Por eso no quiero cambiarlo por ningún otro automóvil. No importa cuánto me insistan mis superiores. Aquí, bajaré un momento, quiero que alguien venga con nosotros, porque también podría estar en peligro.
Detuvo el vehículo. Descendió y se dirigió hacia la puerta del departamento en el que había estado el día anterior, la cual estaba abierta. Ingresó y descubrió inmediatamente que había llegado tarde: el cuerpo muerto y ensangrentado de Evelyn Carter yacía en el suelo, rodeado por los fragmentos de un jarrón roto.
Abandonó el departamento. Subió al vehículo y le dijo a Gregory que ya habían comenzado.
-¿Qué quieres decir con eso?-preguntó Gregory.
-Mataron a uno de los testigos-respondió-. Seguramente han ido en busca del otro, o quizá ya lo hayan encontrado. Alguien les pasó el dato. Probablemente Oclam. ¿Quién más, aparte de él y nosotros, sabía de esto?
-Yo creo que nadie más-respondió Gregory.
Condujo a gran velocidad, sin saber hacia dónde se dirigía. Rostros y nombres pasaban por su mente, también a gran velocidad. ¿Quién más estaba en peligro, a quién podía todavía salvar?
Bogart dio otro de esos atemorizantes saltos. Pero no sucedió nada más, alguna roca o bache que César no atinó a eludir.
Gregory miraba a través de la ventanilla, desconcertado. Trataba de reconocer algún paisaje, algún edificio. Pero habían salido de la ciudad. Estaban pasando por uno de esos asentamientos que son como islotes en medio de alguna zona rural, aunque gozan de un aspecto urbano y, con el paso del tiempo, alcanzan la penosa categoría de barrio marginal.
-¿Buscarás a alguien más?-preguntó Gregory.
-Creo que no vale la pena-respondió César-. Conozco un lugar donde podremos escondernos, siquiera por unos días. Ya deben haber entrado en nuestras casas, en nuestras oficinas. Creo que deberíamos olvidarnos para siempre de la posibilidad de regresar a esa ciudad.
Viajaron durante horas. El paisaje se fue volviendo cada vez más desolador, y las edificaciones escasearon hasta reducirse a una sola casa, notoriamente rudimentaria, frente a la cual Bogart se detuvo con un prolongado quejido.
-¿De quiénes escapamos?-preguntó Gregory mientras descendía del vehículo-¿De los rusos o de los agentes de nuestro propio país?
-De ambos-respondió César.
Caminaron a través de una maleza baja y espinosa. César no dejaba de mirar hacia atrás, hacia donde había dejado estacionado su vehículo, con el nerviosismo de una madre que se está alejando de su hijo.
-No me gusta nada ese cielo-dijo César-. Esas nubes suelen vaticinar granizo. Bogart es fuerte, pero su techo no tanto, porque está hecho con un material distinto al del resto de su carrocería. Yo no sé a quién se le ocurrió eso. Nunca sucedió, pero temo que el granizo pueda abollar ese techo. Lo veo poco resistente. No sé, puede ser sólo una impresión mía nada más.
-¿Y qué hay en esta casa?-preguntó Gregory.
-Algo que no encontraremos en ningún otro lugar del mundo: una persona dispuesta a ayudarnos-respondió César.
La tarde se desvanecía en un cielo rojizo, y en algún momento de aquel día el profesor Garram supo lo que estaba ocurriendo. No sabía exactamente en qué lugar, a qué hora, lo atropelló esa revelación, esa impresión de estar completamente solo en la ciudad, abandonado por algo, algo que lo había acompañado hasta ese momento, aunque sea de una manera invisible, y que de pronto, sin ninguna explicación, se había ido.
Salió de la tienda de ropa y cruzó la calle, rápidamente, hacia la parada del autobús. No estaba solo en la ciudad. Había otras personas, en las calles, en las casas, pero Gregory y el comisario César se habían ido de allí para siempre, y de alguna manera Garram lo había descubierto.
Pero lo más preocupante no era la ausencia de estos hombres, sino la razón por la que habían huido. Garram estaba también en la lista de personas vinculadas a ese asunto. Y esas personas estaban siendo perseguidas, por los rusos, porque temían que se descubra el proyecto científico que estaban llevando a cabo, y también por algunos de sus propios compatriotas, quienes a su vez temían que se descubra el procedimiento con el cual estaban frustrando esos propósitos rusos, y que involucraba crímenes, crímenes de muchos individuos, entre ellos niños, incluyendo al niño que todo el país había estado buscando porque se creía que estaba desaparecido y aún con vida.
El presentimiento atravesó su corazón en alguna de las calles de esa ciudad, quizá cuando se encontraba dentro de alguna de las tiendas en las que pretendía encontrar un traje que le agradara, y que pudiera usar en la reunión que el Departamento de Defensa había organizado para esa misma noche.
El Departamento de Defensa, precisamente el organismo que más cosas tenía que ocultar. ¿Y por qué lo invitaron a él, si su nombre estaba en esa infame lista? ¿Para eliminarlo?
Ellos no sabían que él ya estaba al tanto de que había sido identificado por ellos como un posible enemigo, que no pertenecía exactamente a la categoría que investigador, ya que Garram no estaba llevando a cabo ninguna investigación importante, ni a la de agresor, porque no pensaba atacarlos, sino que se lo consideraba un "merodeador", alguien que anda por los límites de la verdad, sin entrar plenamente en ella. Alguien que sospecha, que saca alguna conclusión, pero que no es capaz de acceder a una revelación profunda y comprometedora. Debe ser por eso que hasta ahora nadie intentó asesinarlo.
En cambio, Gregory y César tenían pruebas, ideas más que acertadas, y también para frustrar las intenciones del Departamento de Defensa norteamericano y las de Rusia. También Oclam pertenecía a esta importante categoría, aunque no les convenía matarlo, sino mantenerlo con vida e interrogarlo.
Pero César, ya dentro de la solitaria residencia, sentado en unos toscos banquillos de madera junto a Gregory, mientras esperaba a la persona que había ido a buscar allí, no pensaba en Oclam, ni en el Departamento de Defensa, sino en las imágenes que sus manos interpolaban.
-¿Y esto?-preguntó.
-Fotos tomadas con la cámara de Oclam-dijo Gregory-. Supongo que las habrá tomado él mismo.
-Qué raro-dijo César-. Mire el rostro en esta imagen, que está más elevado que los otros, y es más grande, como si quien lo retrató hubiera querido señalar una dignidad o autoridad particular. Tiene los ojos abiertos. Aparece en otra fotografía, aunque de manera un poco marginal, pero se nota que es el mismo, y que tiene los ojos casi completamente cerrados. Compare los horarios indicados en el borde inferior de cada imagen. Esta segunda foto fue tomada dos minutos después de la primera. Oclam fotografió este rostro, caminó alrededor del mural y luego fotografió ese objeto que está a la izquierda del rostro, incluyendo a éste, accidentalmente, en la imagen. Durante ese recorrido de dos minutos, estos ojos se fueron cerrando, como los pétalos de una flor nocturna.
"El flash", pensó Gregory. Y cuando César le dio ambas fotos y las comparó, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo y las fotos temblaron en sus desconcertadas manos.
-El flash-dijo en voz alta, mientas César lo contemplaba sin entender exactamente de qué estaba hablando.