Trataba de reconstruir mentalmente lo que había ocurrido aquella noche, mientras la voz del periodista en el televisor le suministraba nuevos datos. Selter había querido alejarse de la ciudad, primero por las evidentes persecuciones de las que él mismo, Gregory, también estaba siendo víctima, y en segundo lugar por algo acaso más grave: las nuevas variantes que había empezado a detectar en el aire de la ciudad.
Intentó abordar el tren, pero tuvo que caminar hacia la avenida en busca de otro vehículo. Un agente ruso lo perseguía en motocicleta y tuvo que refugiarse en un local de comidas, donde se manifestó lo que había tratado de evitar: la presencia de la nueva variante en su organismo, la cual habría ingresado a él durante el trayecto desde la estación de trenes hasta la avenida. Según los cuadernos que se encontraron en su consultorio, Selter la había bautizado con el nombre de Tercera Variante, ya que, basándose en un estudio propio, consideraba que el tipo de espora ya mundialmente conocido era una variante de otro, que sería el original. Ambos se manifestarían en dos clases de contaminación: la que inhibe la manipulación fraudulenta del lenguaje, y la que provoca una inhibición mayor, que consiste en privar al individuo de la capacidad de retener la respuesta no deseada. Las dos primeras variantes se explicaban con razones biológicas comunes a la mayoría de los seres vivos, pero la tercera no. El tránsito de la segunda variante a la tercera tenía todo el aspecto de un salto sobrenatural.