XXXIII

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Eran cerca de las cuatro de la mañana y se estaba aburriendo un poco a morir, cómo siempre, el lugar estaba repleto de gente a la que le sobraba la plata cómo para ponerse a apostar y perderla. Algo que le recordaba a su padre, y en definitiva no eran memorias demasiado lindas, más de una vez el viejo ese apostó su dinero sin preguntarle en mugrosas carreras de caballos.

De su viejo, lo único que éste le dio, y para más colmo en su cumpleaños, fue una piedra que atesoró de una manera que ahora le avergonzaba admitirlo. La consideraba su piedra de la suerte, era objetivamente linda y fácil de llevar a todos lados. Y no supo si era porque en aquel entonces tenía el cerebro más tostado por el alcohol, las drogas y los coñazos, pero las palabras que su padre le dijo al darle semejante pedrusco, le parecieron la cosa más profunda que habría oído jamás.

''El amor es cómo una piedra, tú ves cómo lo usas, puede ser tu ancla, tu herramienta o un estorbo en tu vida.''

Y es que, para bien o para mal, esas palabras tenían demasiado sentido; o al menos en su vida tenían sentido, porque una persona podía ser tres cosas, un ancla para mantenerse quieto en el lugar, una herramienta para lograr algo, o un estorbo que no le dejara avanzar.

No sabía si era algo hasta irónico, pero su padre cumplió con esas tres cosas. Fue quien lo mantuvo en esos ring clandestinos de pelea, su herramienta para poder conseguir dinero, y después se volvió algo que quería sacar de su vida, pero no podía; hasta el día en el que tuvo que pelear contra él después de haber perdido su racha de victorias.

En su momento, odió a Javier por haberle perdido esa piedra, ya luego entendió que fue para mejor. No necesitaba aferrarse a una roca junto a unas palabras baratas; cuando tenía problemas muchísimo más grandes de los que preocuparse.

Y ahora, no podía evitar el cuestionarse si algún día encontraría a alguien que rompiera esa regla de la piedra, alguien que fuera algo más que un ancla, una herramienta o un estorbo. Alguien especial, pensó que Javier sería esa persona, pero había visto el agua ligarse mejor con el aceite que ellos estando juntos.

Eran tan incompatibles que no entendía porque siquiera pensó que sería buena idea, o porque Javier le pareció una buena opción, ¿Tal vez era los simple y solitario que se veía? Quizá era eso, o quizá solo decidió de forma arbitraria que el castaño que no hablaba con nadie, que se quedaba dormido en los cubículos y pasaba desapercibido para todos le complementaría de alguna forma.

Lo cierto era que, nunca funcionó, metió la pata de una forma que ya no se iba a molestar en recordar, y en el proceso lastimó bastante al castaño. Nunca lo vio de esa forma, tal vez porque en aquel entonces, en su mente no se encontraba la frase de:

''El miserable solo comparte su propia miseria.''

Y al igual que con las palabras de su padre, esas palabras tenían demasiado sentido. Ahora entendía porque le robaba los útiles escolares a los pocos coñitos del barrio que sí iban a la escuela.

¿Qué coño iba a hacer él con un libro de ciencias naturales si ni sabía leer? Lo que sabía es que se daba por satisfecho al tener el libro entre sus manos, al menos las imágenes eran lindas y le entretenían. Incluso a veces, las recortaba —con las tijeras robadas—, y las pegaba en la pared de su cuarto. Al menos dónde se veía más feo.

Ya después esas imágenes fueron cambiadas por fotos de mujeres con poca ropa, pero ajá, cada quien sobrellevaba su sexualidad cómo mejor le pareciera, y en aquel entonces, tampoco es cómo si tuviera muchas opciones, literalmente las chicas de su barrio o ya estaban preñadas o estaban saliendo con uno de sus amigos.

Y él tenía honor, claro que después iba cómo buen carroñero cuando mataban a uno para empezar a lanzarle los perros a la que no estuviera preñada todavía. Porque sus amigos eran malandros. Nunca se asociaron, porque bueno, en una ocasión dónde sí lo hicieron, a él lo usaron de chivo expiatorio y el barrio le metió una coñiza por haberse robado una bomba de agua y unas juntas de cobre que no fue normal.

222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora