XIV

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Angello era el bastardo que le había robado a Ryan.

O mejor dicho, fue el bastardo que aprovechó el instante que descuidó a Ryan para incrustarse entre ambos y hacerlo ver cómo el tipo malo; incluso, el muerto de hambre ese también intentó quitarle a Javier; estaba seguro que habían cogido, Javier era un cualquiera y ese asqueroso bedel era un zamuro.

Un mugroso carroñero que lo terminó de lanzar al bache del que apenas había logrado salir, ahora se le volvía a cruzar en la vida cómo si nada. Aunque bueno, mientras mantuviera distancia no se metería en problemas, estaba seguro que su hermano se había tomado la molestia de informarle a todos sus 'sabuesos' de la nueva presa.

Se había enterado, por parte de un gerente irritado, que era el nombre que le daban a los de su familia que estaban relacionados con el casino; irónico, porque en el casino nada más estaban ellos cuatro. Los demás estaban regados en la ciudad, pero nadie se fijaba demasiado en los detalles.

¿La ciudad dónde está el casino? La ciudad de los sabuesos, así de simple.

No lo culpaba, él también llegaría a esa conclusión si hubiera estado en sus zapatos, pero no. Le tocaba ser un sabueso más, uno rebelde que no estaba detrás de la presa de turno, porque ya tenía suficiente con ser el juguetito de Druan cómo para que también estuviera buscando a un hombre que lo llamaban 'El profeta', que además era un vejestorio que le sacaba diez años de diferencia, mayor que él y su propio hermano.

Así que no iba a formar parte de eso, y sólo esperaba que cuando Sergey lo encontrara, le sacara la información acariciándole las bolas con un taladro industrial. Claro, que la cacería ya tenía cómo un mes activa y no habían dado con el sujeto; y Sergey estaba al borde de salir él mismo del casino y buscarlo con un mecate.

Él mientras, se dedicaría a disfrutar de su estabilidad. Aburrida, pero segura... Claro que, cuando picaron las dos de la tarde, y el gimnasio estaba cerrado por fumigación, decidió ponerse a caminar para no tener el cuerpo ocioso. El día estaba nublado, amenazando con llover, así que estaba perfecto para dar una vuelta en la ciudad.

Salió sin muchas prisas de su apartamento, asegurándose un par de veces que la puerta estaba bien cerrada y tomó rumbo dejándose llevar por sus pies y por los sitios que se vieran menos problemáticos, pero que a la vez no estuvieran abarrotados de gente.

Lo malo de vivir en una zona comercial, el apartamento que tenía era caro, pero gracias a la humilde intervención —extorsión— de su hermano sobre el casero, le tocaba pagar lo que sería una décima parte del coste real.

Deambuló sin rumbo real hasta que las calles menos atractivas, se le empezaron a hacérsele familiares, ah claro, había llegado a la zona dónde estaba ese maldito edificio lleno de plagas que hacía de complejo residencial. No era una vista agradable, eso seguro; y los adictos tirados en la calle tampoco resultaban muy placenteros de ver.

Reconoció al imbécil que había atacado esa chica aquella vez, justo cuando iba empezando a recuperarse; ese loco se veía peor de cómo lo recordaba, bueno, es que había pasado más de un año. Mierda, cómo pasaba el tiempo.

—¿Qué me ves, imbécil? —le cuestionó esa basura, él enarcó una ceja cómo única respuesta—¡Largo!

—Oblígame —le retó, tanto divertido cómo irritado. Y la verdad, le habría gustado un reto, pero incluso cómo aquella vez, fue fácil dominarlo, inclusive quitarle el puñal, que más bien era un cúter, y romperle el brazo en un par de movimientos.

Lo dejó allí en la acera retorciéndose y maldiciéndole.

—Venga, ¿Ves a un sujeto más grande que tú y te le vas a lanzar con un cúter oxidado? Y dicen que yo soy el idiota —se burló ante la miseria del otro.

222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora