XXXIV

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Matthew se fue después de eso y él quedó solo con un plato sucio y muchas dudas. Al cabo de pensar un rato en todo lo que había ocurrido recién, concluyó que era hora de dormir. Y así lo hizo, se levantó cerca de las dos de la tarde, se hizo un par de huevos cómo almuerzo, que tampoco tenía demasiada hambre ya que su desayuno fue pesado.

Y se quedó nuevamente pensando en la conversación que había tenido con el rubio en la mañana. Ya ni siquiera se le paraba, y él tan lindo le había dicho que se había hecho una paja monumental con el contenido. Reflexionó un poco más, bueno, podría intentar y ponerse creativo mañana, para eso debía buscar vaselina que no se iba a pelar las manos.

Después de pensarlo aún más, consideró prudente ir a la farmacia a comprar, que no tenía. Tuvo que buscar una porque en todo ese tiempo no se había molestado en fijarse si quedaba una cerca, y sí había una, quedaba sospechosa y convenientemente cerca del gimnasio. Se puso una gorra y salió rumbo al sitio.

Estaba nublado al menos, así que el viaje se le hizo tranquilo y corto. Llegó y se fue directo a buscarla, al llegar a la caja, los condones le guiñaron el ojo... Bueno, no tenía caso comprar condones porque no era cómo si fuese a tener sexo pronto, y ya tenía un par en su cartera; aunque, si era realista, esos condones tenían años.

Si se ponía creativo con alguna mujer, capaz al año tenía a alguien golpeándole la puerta pidiendo manutención... Al final compró un par, que estaban en oferta.

[...]

Bueno, el día y el momento habían llegado, ya tenía todo listo, una toalla cubriendo un poco la cama, la vaselina, papel; teléfono cargado y en no molestar. Era hora de echarse una paja cómo Dios manda, que la última vez que alguien le tocó el pene fue su primo Alexei y era porque se lo quería arrancar.

Matthew ya había empezado con el juego previo, jugando principalmente con sus dedos y emitiendo pequeños gemidos entrecortados a la par que se daba a un ritmo suave y lento, deleitando con el espectáculo.

Muy bien, camarada —pensó viendo su pene tan flácido que daba agonía—. Es hora de que te despiertes.

Empezó a acariciarlo, centrándose en la pantalla, en Matthew y no tanto en la oleada de mensajes obscenos que recibía. Siguió, utilizando su imaginación a tope, pensando que era él el que le estaba dando el cariño a ese coñito tan grosero y raro que tenía por vecino. Imaginando los gestos que hacía, la forma en la que capaz se estaría mordiendo el labio para no hacer tanto ruido.

La imagen tanto mental cómo real era buena.

Solo que, no había ningún tipo de reacción allí abajo. Se echó un poco de vaselina en una mano y empezó a simular que se masturbaba, volviendo a centrarse en lo que estaba en la pantalla.

Ya el rubio había empezado con un juguete pequeño de color celeste, metiéndolo y sacándolo despacio; siendo hipnotica la forma en la que lo tomaba y las contracciones de su ano al recibir tal intromisión. Él siguió con su mano.

Aún nada.

Mierda. Pues nada, tocaba seguir intentando, ¿No? ¿Qué tanto podía pasar?

Claro, el tiempo era lo que iba a pasar porque el directo terminó y él ni había logrado empezar siquiera. Le dolía el pene, el orgullo y algo más. Había sido un buen espectáculo, desde los sonidos, los gestos, todo era para poner cómo piedra a cualquiera.

Pero a él no, su pene se mantuvo tan flácido que le dio asco tocarlo en un punto.

Se recostó en la cama, derrotado y humillado por semejante desenlace, menos mal que estaba solo y que no había nadie más que él para haber presenciado su falta de hombría. Se limpió las manos, agarró su teléfono y buscó en internet alguna causa, y de paso, alguna solución para su problema.

222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora