XVII

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A la fila de espectadores, se sumaron su primo y Angello, quien lucía demasiado afligido cómo para mirarlo por demasiado tiempo sin sentirse igual de miserable. Andru lucía cómo si su única neurona se hubiera ido a dar una vuelta y en el trayecto la hubieran atropellado.

No entendía cómo siquiera había podido dar con Angello cuando lo habían estado rastreando por meses y el hombre tenía una forma de mantenerse informado... Rara.

Y si lo pensaba bien, aparte de la poca historia que Ryan había contado sobre la relación de ellos, no comprendía cómo es que el muchacho estaba tan fascinado por Angello, a ese loco lo había visto entrenar ratas.

Putas ratas. Y es que la escena se había vuelto cómo una especie de pesadilla en su cabeza; se repetía con demasiada claridad para su gusto.

Había llegado después de un par de semanas de no haberse asomado por allí, no quería arriesgarse demasiado, y además, dudaba que Angello realmente dependiera de la comida y el agua que le traía, se notaba que ese hombre estaba acostumbrado a beber su propio orine de considerarlo necesario.

Al abrir la destartalada puerta, se encontró con esa cosa sentada en el medio del cuartucho, era tarde así que la iluminación —o la falta de ésta— le añadía una atmosfera fúnebre a la situación, el sonido de unos chillidos le distrajo del hombre sentado de forma india, y vio lo que le estaba entreteniendo.

Dos ratas peleándose a muerte por una cucaracha.

Cuando una de las dos perdió, el hombre finalmente se movió, la agarró para luego levantarse y caminar hacia lo que era el baño mientras que la rata ganadora se daba un festín con la cucaracha. Él lo siguió por inercia y curiosidad, sólo para toparse que Angello se había tomado la molestia de buscar una jaula y encerrar demasiadas ratas allí.

Lanzó a la perdedora allí y el resto empezó a devorarla sin ningún tipo de piedad. Todo en un absoluto silencio sólo interrumpido por el sonido de esos animales.

—Necesitas un pasatiempo más sano — le dijo, estupefacto con lo que había visto—¿Qué coño se supone que estás haciendo?

—Entrenándolas —fue su simple respuesta—. Es necesario mantenerse informado, aún más cuando te andan buscando.

—¿Y qué tienen que ver las ratas? ¿Las entrenáis pa' ponerle cámaras acaso? —preguntó, irónico.

—A veces resultas sorpresivamente perceptivo, sí, ese es el caso —concedió, y señaló una laptop que había visto mejores días—. Te sorprendería lo que estos animales pueden hacer con el entrenamiento adecuado.

—Sí, mira —le entregó la bolsa con comida y agua—. Yo solo venía a darte esto, eh, tal vez la próxima te traiga un televisor viejo o algo pa' entretenerte, no estás bien de la cabeza y tienes demasiado tiempo libre por lo que veo.

—No hay necesidad de tantas modestias —negó Angello—. Estoy bien así —y de forma casi irónica, una rata se le trepó al hombro y masticaba un poco de su pelo.

Y volviendo a la actualidad, dónde Ryan parecía estar poniendo las manos en el fuego por semejante loco, no podía evitar el cuestionarse, ¿Cómo habría sido tener una vida normal? Sin tantas cosas, nacer, estudiar, trabajar y morir.

No nacer, jugar en terrenos baldíos, no estudiar, trabajar desde que podía ponerse un saco de cemento en el hombro, estar en tres continentes, haber sido un peleador callejero, ir a un campamento militar-familiar y estar enredado en una mafia de lo más rara, viendo cómo lo que podía ser su único amigo, ser extorsionado por la persona con menos moralidad que había conocido en un buen rato.

Algunos lo tendrán peor, se quiso consolar. El silencio era incómodo mientras Sergey se quitaba el maquillaje con unas toallitas húmedas que había pedido a la suite. Era casi satisfactorio ver cómo todas sus cicatrices empezaban a aparecer de nuevo, cómo si demostraran que era un ser roto sin ningún tipo de reparo.

222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora