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Su padre le dio buenos genes, su madre por el otro lado, le enseñó a usarlos, y también le enseñó a sobrevivir. De entre todos los niños raquíticos de su barrio, él siempre destacaba, era el más grande, el más macizo y el más atractivo, bien se lo decía su abuela cada vez que entraba a su oscura y pútrida habitación:

'Lo único bueno que hizo tu padre fue mejorar la raza.'

Y llegados a ese punto de la vida, parecía ser el caso. Poco después de su nacimiento y nombrarlo, simplemente desapareció; le habría gustado que al menos les hubiese dicho a ambos alguna excusa vaga del porque los dejaba, pero aquel ruso de pocas palabras, un día simplemente no regresó.

Su madre, siendo ilusa o tal vez estando en negación, asumió que lo habían asaltado, el asalto salió mal y que posiblemente su cuerpo lo encontrarían descompuesto en algún terreno baldío de la ciudad, cosa demasiado común pero tampoco encontraron nada.

De pequeño, le gustaba explorar esos terrenos abandonados, consumidos por el monte y el tiempo, armado simplemente con un palo y una bolsa; picoteando las cosas y con la ilusión de encontrar a su padre. ¿Era morboso buscar con tanto entusiasmo el cadáver de un hombre que realmente jamás conoció? No lo sabía y jamás se tomó la molestia de averiguarlo; sólo sabía que recordaba con alegría esos días en los que llegaba con algunos huesos, monedas y lo que podría considerarse ropa nueva.

Que ellos eran lo que muchos definen actualmente cómo 'humildes', no eran humildes. Ser humilde significa ser dado aun teniendo tan poco, pero recordaba, no con tanto cariño, cómo literalmente él peleaba con su madre por la comida que hacía la abuela.

La vieja podía tener la peor higiene que jamás conoció —incluso peor que la que se podría encontrar en el callejón en el que actualmente se encuentra tirado—, sin embargo, su comida era simplemente exquisita.

Su madre jamás se tomó la molestia de aprender a cocinar, ni de hacer algo realmente. La mujer solo contaba con que su atractivo fuese lo suficiente para atraer hombres que le dieran dinero sin mirar demasiado, sin ver que al fondo se encontraba un niño analfabeto y una vieja que tal vez se estaba pudriendo en vida.

Y gracias a que él mismo casi la mataba al nacer, los médicos decidieron cortarle las trompas para evitar algún riesgo a futuro. No había día en el que su madre no le recordase que casi moría por su culpa.

Era tan malnacido que incluso casi mata a su propia madre al nacer.

Sin embargo, cuando pegó su adolescencia, las cosas sorpresivamente mejoraron, ya no peleaba con su madre por la comida pues él era el que la compraba. Él decidía qué tanto comía cada quién.

Y le gustaba la sensación.

—Yo te di la vida y te di techo, carajo ¿Y así es cómo me pagáis? —le recriminó ella con la boca llena de pollo, insatisfecha con su ración.

—Y yo le di a abuela el pollo que te estáis comiendo —refutó sin mirarla, centrado en su propia comida, su abuela empezaba a perder el toque—. Así que cierra la jeta o me voy de la casa, ya verán ustedes que comen.

¿Estaba siendo un cretino? No, simplemente le estaba pagando con la misma moneda oxidada. Con el tiempo se acostumbró a tratarla de esa forma, y sólo cuando ella se portaba cómo él quería que se portara, es que podían convivir.

Compró un televisor con su tercera paga, los tres compartían el cuarto para distraerse de la realidad. Las novelas en secreto le gustaban, así cómo las películas viejas de acción; le regresaban a esos pocos momentos de felicidad de su adolescencia temprana.

Su jefe, que era un gay de closet, era un albañil que se lo llevaba a todos lados para hacer trabajos pesados, que junto con sus buenos genes, era demasiado atractivo para su edad según palabras de su antiguo jefe. Que fue con quien tuvo su primera vez, no fue ni mágica ni placentera; de hecho contrajo una infección de orina que casi lo mataba.

222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora