Después de caminar por un largo rato, llegó a un parque que más o menos le dio a entender sobre dónde demonios estaba. Si le echaba ganas, llegaría en la madrugada a su apartamento; así que se dispuso a agarrar energía, sentándose en una banca con sombra, destapó la caja de nueva cuenta y buscó la dona que se viera menos dulce.
Al concluir que todas tenían la misma cantidad de azúcar, escogió la de chocolate y le pegó un mordisco, finalmente comiendo algo después de tanto, aunque a su estómago no le agradó mucho el dulce y sintió algo de náuseas. Se forzó cómo siempre a continuar.
Pensó que lo mejor sería pasar eso, destapando una cerveza de aquel pack, estaba caliente pero le pudo importar menos. Tomó un trago grueso y se arrepintió, la mezcla era infumable.
Y para mejorar las cosas, se le acercó una policía, cara dura, pelo negro y cuerpo cuadrado. No era la mejor vista pero con lo solo que estaba, resultaba un bálsamo.
—Buen día, señor —le saludó ella firme pero cordial.
—No estoy tan viejo, oficial —respondió en tono ameno, forzando una sonrisa pero su rostro simplemente no obedecía, sentía sus mejillas tensas por algún motivo.
—No está permitido beber licor en áreas públicas, mucho menos antes de que siquiera sea medio día —fue lo que dijo ella, omitiendo su comentario. Al menos le dio una noción de qué horas eran.
—No volverá a pasar—hizo un gran esfuerzo por sonar casual, confiado, la sonrisa esa vez sí le salió. La mujer por su parte sólo hizo una mueca, disgustada con su intento de verse atractivo; con la jeta llena de los restos de la dona más dulce que había comido jamás, lleno de canas, con la barba descuidada y apestando a basura, sí, la mujer no caería rendida a sus pies.
—De todos modos, debo pedirle que se retire ya que harán un evento en esta zona —explicó, ahora tenía sentido que toda esa parte estuviese tan sola—. Así que, retírese por favor —reiteró, con menos paciencia. Él levantó las manos a modo de rendición, agarró las cervezas y el agua, aquellas donas bien se podían pudrir que más bien sería un favor.
En el trayecto se iba limpiando las migajas de la barba, que tampoco estaría cómo un imbécil con la boca sucia, tenía estándares.
—A tres cuadras hay un albergue para personas sin hogar, la cola es larguísima pero seguramente le ayudarán —fue lo último que le escuchó decir a aquella policía.
Él no necesitaba esa información, si había llegado tan lejos fue por sí mismo, no por la empatía de la gente o lastima de alguna fundación.
Estuvo caminando, buscando la forma de orientarse, se sentía fatal. Hacía demasiado calor, las luces eran demasiado brillantes, y el sonido demasiado alto; no había necesidad de que hubiese tanto ruido, en serio.
Y que alguien callase a ese niño llorando, porque si no él mismo lo callaría. Derrotado se acercó a un sesto de basura que estaba frente a una panadería y vomitó todo lo que había comido, y lo que no también. La gente a su alrededor lo evadía cómo una plaga, mirándole de paso con pena y asco.
Si tan solo supieran, él fue el pilar de su madre y abuela, fue el campeón de su padre, fue el trofeo de un millonario con déficit de atención. No era un maldito vagabundo que necesitaba ayuda, no era un mártir que necesitaba ser rescatado.
Pero lo que se ve es lo que hay, y es consciente que su imagen dista de ser todas esas cosas, con la cabeza enterrada en un cubo de basura, frente a una panadería, obstruyendo la vía; apestando a basura y con un teléfono robado en el bolsillo.
Si tan solo Javier nunca hubiera aparecido en su vida, tal vez estaría todavía sirviéndose de los lujos que Ryan le daba ¡¿Por qué tuvo que ser tan imbécil?! ¡Javier ni siquiera estaba tan bueno, joder!
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222
RomanceCualquiera con sentido común sabe que las acciones tienen consecuencias, pero ¿Quién puede medir qué tan graves serán dichas consecuencias? Después de haber hecho cosas horribles, Segundo se encuentra en lo más bajo de su vida, y ahora debe volverse...