XII

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—Emborracharte no arreglará tu matrimonio, o bueno, lo que queda de éste —dijo sólo por decir, de esa noche ya habían pasado tres y estaba estancado/atrapado en la mansión de su primo—. Sólo déjala ir y ya, ella hace rato que te dejó ir.

—Es que no entiendes, ¡Ella es perfecta! —arrastró las palabras el gordo ese.

—Sí, lo es. Y tú fuiste un maldito imbécil por haberla lastimado al punto que tuvo que fingir acostarse conmigo y enviarte la evidencia —¿Por qué sentía que estaba siendo reflejado de una forma rara en esa situación? ¿Así lo veía Sergey?

—No, ella me era infiel con otros tipos de eso estoy seguro —declaró, furioso, pidiéndole al barman de su mini bar que le sirviera otra copa—. Sólo fingió ser santa frente a ti.

—Lo que tú digas —dijo mientras se quitaba sus anillos y los dejaba sin gracia en la barra—¿Ves eso? —su primo miró atento los anillos—. Ya no soy un Ivanov; así de fácil es decir que estás soltero cuando estás casado en realidad —explicó—. Si ella hubiera querido serte infiel desde un principio, tal vez no conmigo, pero con otro tipo o tipa, quien sabe. Ella con quitarse ese anillo tenía.

Y con sus palabras, aquel agobio de humano se puso a llorar en la barra, él por su parte agarró de nueva cuenta esos anillos y se los puso en silencio; e hizo el intento de irse pero escuchó a su primo gritar:

—¡Sí, lárgate cómo ella! Déjame solo, ¡No importa! Lárgate y no regreses —le escuchó a sus espaldas, por lo que se giró y en un par de movimientos ya estaba agarrando a su lamentable primo del cuello de la camisa.

—Escúchame bien, pedazo de vergo —exigió, estando tan cerca del rostro de su primo que sus narices se tocaban—. Sergey para bien o para mal me iba a ayudar, pero tú lo arruinaste con este circo de romance trágico que tenías montado aquí —dijo cada palabra con una cantidad poco razonable de odio— ¡Ahora estoy a la deriva, por tu puta culpa! —lo sacudió con violencia, deleitándose con la mirada aterrada que le dedicaba su opuesto—. No me iré de aquí sin un empleo, sin dinero ni un lugar dónde dormir, ¿Nos entendemos?

—Claro, claro, ¿Por qué no lo dijiste antes? —preguntaba sumamente nervioso Jhon—. Mañana mismo te conseguiré trabajo, ¿Sí?, no me lastimes, por favor —eso ultimo lo rogó, desviando la cabeza y bajando la mirada. Él se dio por complacido y lo soltó.

—Bien, me iré a dormir. Intenta no emborracharte demasiado —sugirió para luego ponerse a caminar rumbo a la habitación que él por cuenta propia había invadido. El sitio era lo suficientemente grande y lujoso cómo para que su presencia se notara para alguien más que las mucamas del lugar.

Al llegar, apagó la luz, se tumbó en la cama y se forzó a dormir; y tal vez fue por eso, pero el sueño lo tenía demasiado ligero; al punto que se despertó de golpe en la madrugada al sentir algo ponerse sobre él, cómo si le estuviera observando.

En medio de la oscuridad escuchó una voz.

—No pensé que te despertarías tan rápido, grandote —dijo la voz de un hombre, de forma burlesca.

—¿Quién eres? —atinó a decir, sin moverse de la cama, no sabía que había a su alrededor, más allá del sujeto ese, que bien podría estar armado; y él no estaba en la posición ni situación para querer recibir una bala por gusto.

—Soy un primo más, me llamo Druan —se presentó casual—. Vine por parte de Sergey y mía; el gruñón ese me mandó a buscarte aprovechando que yo estaría por estos lares.

—¿Y tú? —quiso saber.

—Ah, necesitaba una mano con un encargo, así que voy a necesitar que me ayudes, grandote.

222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora