III

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El día siguiente amaneció con un frío más intenso de lo normal. Santiago despertó con la cabeza latiéndole como si mil agujas le perforaran el cráneo. Sus ojos le pesaban y el amargo sabor del día anterior seguía impregnando su boca. Se levantó con dificultad, ignorando el recuerdo de la discusión con Lando la noche anterior. Su cuerpo seguía resentido por las drogas, pero no tenía otra opción: tenía que ir a la escuela.

El trayecto hasta ahí fue un borrón. Las calles se sentían más grises, las voces a su alrededor más distantes. Algo dentro de él estaba inquieto, como si su propia sombra le pesara más de lo normal.

Cuando cruzó la puerta principal de la escuela, sintió el primer golpe de paranoia.

Era una sensación extraña. Como si docenas de ojos estuvieran fijos en su espalda.

Caminó por los pasillos con la cabeza gacha, pero el cosquilleo de ser observado no desaparecía. Se armó de valor y levantó la mirada de golpe, buscando alguna cara que lo estuviera observando.

Nada.

Nadie lo miraba. Todos parecían absortos en sus propias conversaciones, en sus teléfonos, en sus propias vidas.

Aun así, la sensación persistía.

Respiró hondo y siguió caminando hasta su casillero. Sus manos temblaban ligeramente cuando giró la combinación. Sacó algunos libros y los sostuvo con fuerza, como si el peso pudiera anclarlo a la realidad.

El día apenas comenzaba.

Llegó a su salón, tratando de ignorar la incomodidad que se aferraba a su pecho. Su asiento estaba pegado a la ventana, lo que le daba una vista perfecta del patio de la escuela.

El cielo estaba cubierto de nubes gruesas y el aire se sentía más helado de lo habitual. Los árboles se mecían con el viento, despojándose de sus últimas hojas.

Checo se frotó los brazos antes de abrir su cuaderno y comenzar a escribir lo que el profesor dictaba.

Todo transcurría con normalidad. El sonido de los bolígrafos deslizándose sobre el papel, los murmullos ocasionales de sus compañeros.

Hasta que dejó de escucharlo.

Un pitido agudo y persistente invadió sus oídos, como si todo el sonido del aula se hubiera desvanecido, reemplazado por esa molesta interferencia.

Frunció el ceño.

Parpadeó un par de veces, tratando de disiparlo, pero no funcionó.

Apretó su bolígrafo con más fuerza y forzó su atención de nuevo en la libreta.

Ignóralo.

Entonces, un escalofrío le recorrió la espalda.

La sensación fue tan repentina que su piel se erizó al instante.

Y luego, lo sintió.

Un susurro, apenas un roce de aire contra su oído.

- Sergio... -

El bolígrafo se le resbaló de los dedos.

Su respiración se entrecortó cuando alzó la mirada, su corazón latiendo con fuerza.

Pero no había nada.

El aula seguía igual. El profesor dictaba, los demás tomaban notas, algunos cuchicheaban en voz baja.

Nadie había pronunciado su nombre.

Se pasó la lengua por los labios resecos y tragó saliva. Su pecho subía y bajaba con rapidez.

𝑻𝒉𝒆 𝑫𝒆𝒗𝒊𝒍'𝒔 𝑫𝒂𝒓𝒆 | 𝑪𝒉𝒆𝒔𝒕𝒂𝒑𝒑𝒆𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora