XIX

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El cielo brillaba en todo su esplendor, un mar de nubes doradas que parecían extenderse hasta el infinito. En el centro del resplandor celestial, George se encontraba sentado en un trono tallado en luz pura, irradiando autoridad y calma en igual medida. Frente a él, de pie con una expresión serena pero alerta, estaba Sebastian Vettel, el ángel al que George más confiaba. Su armadura resplandecía con un brillo celestial, y sus alas blancas estaban plegadas cuidadosamente detrás de él.

George parecía ensimismado, como si las palabras que iba a pronunciar necesitaran un cuidado especial. Finalmente, habló, su voz resonando con la solemnidad de un trueno contenido — Sebastian, nuestro mundo está en peligro. No por una guerra directa, sino por algo mucho más sutil. —

El ángel inclinó ligeramente la cabeza, con el respeto que le era característico. — Estoy listo para servir, mi Señor —

George se levantó del trono, dejando atrás una estela de luz dorada con cada paso que daba. Su mirada, profunda y cargada de sentimientos que rara vez dejaba entrever, se fijó en Vettel. — Max. está extendiendo su influencia más allá de sus dominios, y todo gira en torno a ese mortal... Checo. —

Sebastian arqueó ligeramente una ceja, aunque su rostro permaneció inmutable — ¿que con él l? —

George asintió, su mandíbula tensándose al recordar ese detalle. — Max lo protege, lo cuida... más de lo que debería. Esto no es solo una alianza estratégica; es algo más profundo, algo que amenaza el equilibrio. —

Vettel permaneció en silencio por unos momentos, procesando las palabras de su señor. — ¿Qué esperas que haga, mi Señor? —

— Vigílalo — respondió George, su tono firme y decidido — Observa cada uno de sus movimientos. Si detectas alguna debilidad en su relación con Max, infórmame. —

Sebastian inclinó la cabeza en señal de obediencia. — Entendido. Pero, si puedo preguntar, ¿es solo el equilibrio lo que te preocupa, mi Señor? —

George lo miró fijamente, sus ojos brillando con una intensidad que rivalizaba con la misma luz del cielo. — Hay más en juego, Sebastian, mucho más. Y si tenemos éxito, Max volverá al lugar que le corresponde. —

En los confines del infierno, Max estaba sentado en su trono de obsidiana. A su alrededor, el fuego eterno parecía bailar al ritmo de su respiración, reflejando la tensión que llenaba el ambiente. Frente a él estaba Daniel Ricciardo, el demonio más astuto y carismático de todo el inframundo.

— Daniel — comenzó Max, su voz resonando como un eco oscuro y cargado de autoridad — necesito que mantengas tus ojos en Checo. —

Daniel arqueó una ceja, su sonrisa habitual apareciendo casi de inmediato. — ¿Qué sucede, jefe? ¿Celos? —

Max frunció el ceño, y el aire a su alrededor se volvió más pesado. — Esto no es un juego, Daniel. George lo está vigilando, y no puedo permitir que lo manipule. —

Daniel dejó escapar un suspiro teatral, cruzando los brazos. — De acuerdo, entiendo. Pero, ¿por qué no simplemente mantenerlo aquí abajo, en el infierno, donde sabemos que estará a salvo? —

Max se reclinó en su trono, su mirada perdiéndose en las llamas que ardían alrededor. — Porque Checo todavía es mortal. Este no es su lugar... aún. —

𝑻𝒉𝒆 𝑫𝒆𝒗𝒊𝒍'𝒔 𝑫𝒂𝒓𝒆 | 𝑪𝒉𝒆𝒔𝒕𝒂𝒑𝒑𝒆𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora