IX

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La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la tenue luz que se filtraba a través de las cortinas. El aire estaba cargado con el aroma del ambientador que habían rociado minutos antes, intentando disfrazar cualquier otro rastro. Pero nada podía ocultar la realidad de lo que estaba sucediendo.

Checo estaba inclinado sobre la mesa improvisada, con el corazón latiéndole a toda velocidad, sus pensamientos dispersos pero al mismo tiempo enfocados en una sola cosa: seguir.

Tomó el billete enrollado con manos temblorosas y lo acercó a la línea blanca frente a él. El mundo a su alrededor se reducía a ese instante, a esa necesidad, a esa urgencia.

Pero antes de que pudiera hacerlo, la puerta se abrió de golpe.

— ¿Qué carajos crees que estás haciendo? —

La voz de Daniel fue como un balde de agua fría, rompiendo la burbuja en la que Checo se había sumergido. Su pulso se aceleró aún más, pero no por la droga, sino por la sorpresa.

Daniel cerró la puerta con rapidez, asegurándose de que nadie más pudiera ver lo que estaba pasando. Su mirada era dura, inquisitiva, pero también cargada de una decepción que hizo que a Checo le ardiera el pecho.

— No es tu problema. — respondió Checo con voz rasposa, sin molestarse en ocultar lo que estaba haciendo.

Daniel dio un paso adelante, sin apartar la mirada de la mesa. Su expresión se oscureció al ver la bolsa con el polvo blanco y el billete en la mano de Checo.

—¿Max aún te permite hace esto? —

El simple hecho de escuchar su nombre hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Checo. Se obligó a fingir indiferencia, a actuar como si el peso de esas palabras no le afectara.

— Ni una sola palabra a él. —

Daniel dejó escapar una risa amarga, sin apartar la mirada.

— Aunque no quiera decirle nada, Max lo va a saber. —

Checo sintió un nudo en el estómago, pero lo ignoró. No quería pensar en Max, no quería pensar en nada más que en la sensación de alivio que la droga le prometía.

— Déjame en paz, Daniel.

Sin esperar respuesta, llevó el billete de nuevo a su nariz y aspiró una línea con rapidez, sintiendo el ardor recorrerle las fosas nasales y la electricidad expandirse por su cuerpo. Daniel lo observó en silencio, con una mezcla de rabia e impotencia en la mirada.

— Eres un maldito idiota. —

El polvo blanco sobre la mesa se desdibujaba con la mirada desenfocada de Checo. El hormigueo en su cuerpo era placentero, un escape momentáneo de todo lo que lo atormentaba. Aspiró otra línea con la misma desesperación de alguien que busca aire después de estar demasiado tiempo bajo el agua.

Daniel seguía de pie, observándolo con una mezcla de rabia e incredulidad.

— ¿Cómo carajos sigues de pie después de todo lo que te has metido? —

𝑻𝒉𝒆 𝑫𝒆𝒗𝒊𝒍'𝒔 𝑫𝒂𝒓𝒆 | 𝑪𝒉𝒆𝒔𝒕𝒂𝒑𝒑𝒆𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora