Un pequeño pueblo donde la fe y la devoción son fundamentales, Bianca es la hija de pastores, marcada por su pureza y dedicación a la iglesia. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando conoce a Lucas, un misterioso y seductor hombre que en r...
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Estaba sentado en el trono del infierno, rodeado de sombras que se retorcían como serpientes en un nido. La visita a Bianca había sido más que satisfactoria; verla en su sueño, tan vulnerable y desprevenida, había sido un placer que saboreé más de lo que debía. Pero ahora, aquí en mi reino, con mi verdadera forma revelada, no podía evitar que un pensamiento insistente se filtrara en mi mente, un pensamiento sembrado por uno de mis demonios de confianza.
"¿Qué te parecería embarazar a la humana?"
La idea tenía un peso fascinante. Un hijo, nacido de la unión entre el Señor del Infierno y un alma pura... la leyenda decía que el fruto de tal unión sería un ser con un poder inimaginable. Y Bianca, con su pureza intacta, era la candidata perfecta.
Mi sonrisa se ensanchó, una mezcla de malicia y determinación. Me enderecé en el trono, sintiendo cómo la idea se convertía en un plan.
Si quería que esto funcionara, tendría que comenzar a mover las piezas ahora.
En un abrir y cerrar de ojos, abandoné mi trono, y el infierno se desvaneció a mi alrededor. En menos de un segundo, estaba en la casa de los padres de Bianca. La noche era tranquila, con la brisa apenas susurrando entre los árboles. Todos dormían, incluso su padre, quien había llegado tarde después de una larga jornada.
No había margen para errores. Un leve movimiento de mi mano bastó para asegurarme de que ninguno de ellos se despertara, aunque el cielo cayera a pedazos sobre esta casa.
Caminé por los pasillos en silencio absoluto, hasta llegar a su habitación. Allí estaba ella, envuelta en sábanas, su respiración acompasada. Durante unos segundos, me quedé inmóvil, observándola. Parecía tan pequeña, tan indefensa. Pero no era la Bianca de sus sueños, esa versión idealizada que yo había creado para jugar con su mente. Esta era la verdadera, con su cabello alborotado y su fragilidad palpable.
Me acerqué, sentándome en el borde de la cama. Al inclinarme para besar su frente, ella se movió ligeramente. Y entonces, sus ojos se abrieron de golpe.
—¡Lucas! —jadeó, llevándose una mano al pecho—. Por Dios, casi me matas del susto.
Sonreí, suavizando mi expresión.
—Tranquila, ángel, solo soy yo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, mirando alrededor, nerviosa. Su mirada iba de la puerta a mí, como si esperara que alguien apareciera en cualquier momento.
—Vine a verte.
—¿Estás loco? ¡Mis padres están aquí!
—Lo sé, pero no sabrán que estoy aquí.
—Lucas, en esta casa se escucha todo... ¡vete!
—No lo creo, ángel. Están profundamente dormidos.
Por supuesto, eso era mentira. Había usado mis poderes para asegurarlo; ni una tormenta los despertaría esta noche. Bianca no necesitaba saber eso.
—¡Por Dios! Si mis padres se despiertan, estaré muerta —insistió, levantándose de la cama en un intento desesperado por sacarme de allí.
No lo permití. Con un movimiento rápido, la empujé suavemente de vuelta sobre el colchón y subí encima de ella, encerrándola entre mis brazos.
—Siempre será así, ¿verdad, ángel? —susurré, mi rostro a solo centímetros del suyo.
—Y tú siempre serás así de loco —replicó, con los ojos chispeando entre el miedo y la rabia contenida.
—Estoy loco... pero por ti.
—¡Lucas, por favor! Si mis padres se despiertan...
—No se van a despertar. —Mi voz se elevó un poco más de lo necesario, provocando que ella soltara un leve grito ahogado.
—¡Cállate! ¿Estás loco? —susurró, colocando una mano sobre mi boca.
Sonreí tras su palma, quitándola con cuidado.
—Es para que veas que no se van a despertar.
Ella suspiró, rendida momentáneamente, pero su voz no perdió la fuerza.
—Bien, pero vete de mi casa.
—Oh, no, ángel... —mi sonrisa se ensanchó mientras inclinaba mi rostro más cerca del suyo—. No me iré sin haber estado dentro de ti.
Su cuerpo se tensó bajo el mío, pero no se apartó. Podía sentir el conflicto en ella: miedo, excitación, incertidumbre. Era una mezcla deliciosa que alimentaba mi determinación. Su pureza era tan palpable que casi podía saborearla.
—Lucas... no puedes... —murmuró, pero su voz no era más que un susurro débil.
—¿No puedo? — mi tono era burlón, pero mis manos, que recorrían suavemente su rostro, eran todo lo contrario.
Me incline, atrapándola en un beso lento, profundo, uno que no podía resistir, aunque quisiera. Mis poderes estaban en juego, susurrándole a su mente, a su cuerpo, que se rindiera.
Este era solo el comienzo. Mi plan apenas comenzaba a tomar forma, y Bianca no tenía idea de lo que estaba por venir.