🔥Capítulo 38🔥

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El ambiente seguía cargado

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El ambiente seguía cargado. Bianca estaba entre mis brazos, con su cuerpo aún temblando por lo que acababa de suceder. La luz tenue de la luna iluminaba su rostro, y sus ojos me miraban con una mezcla de confusión y vulnerabilidad que casi me hizo bajar la guardia. Pero entonces, sentí el calor arder dentro de mí, esa oscuridad latente que nunca podía contener del todo cuando la tenía así, tan cerca, tan mía.

Mis emociones siempre fueron mi peor enemigo. El enojo y la excitación desataban algo dentro de mí que no podía controlar, algo que no debía permitir que Bianca viera. Mi naturaleza demoníaca no podía ser expuesta frente a ella, no todavía.

La sentí moverse, su mano tocando mi rostro con una ternura que no merecía.

—Lucas, ¿qué pasa? —preguntó, su voz suave, pero llena de preocupación.

Cerré los ojos un instante, intentando calmarme, pero la intensidad en mi interior solo aumentó. Sabía lo que estaba a punto de suceder, y no podía permitirlo.

—Nada, ángel. —Mi voz salió más grave de lo que esperaba, y me aparté ligeramente, girando el rostro para que no pudiera ver el cambio en mis ojos.

—No mientas. —Ella trató de acercarse de nuevo, buscando mi mirada—. ¿Por qué no me miras?

No respondí de inmediato. En cambio, me incliné sobre ella y deslicé mis dedos por su cabello, sujetándola con firmeza pero sin brusquedad. La coloqué contra mi pecho, cubriendo su rostro con una mano mientras la abrazaba, asegurándome de que no pudiera verme.

—No te preocupes por eso, Bianca. —Susurré junto a su oído, mi voz en un susurro bajo y controlado—. Hay cosas que no necesitas ver.

Ella intentó moverse, pero la mantuve en su lugar.

—Lucas, ¿qué estás escondiendo? —preguntó, con un tono de sospecha que me hizo sonreír ligeramente.

—Ángel, ¿no confías en mí? —murmuré, desviando la conversación mientras mi otra mano trazaba líneas suaves por su espalda.

—Claro que confío en ti, pero... —comenzó, pero su voz se apagó cuando mis labios encontraron su cuello, interrumpiendo cualquier pensamiento que pudiera tener.

No podía permitir que ella viera mis ojos. El rojo brillante que los cubría en esos momentos delataba dos cosas: mi enojo, que luchaba por contener, y una excitación tan profunda que amenazaba con consumirnos a ambos. Si Bianca llegaba a verlos, no había forma de que pudiera ocultarle lo que realmente era.

—Bianca... —susurré, mi tono cargado de una mezcla de deseo y advertencia—. Hay cosas de mí que no entenderías. No todavía.

Ella suspiró contra mi pecho, claramente frustrada, pero no insistió. Eso no evitó que el peso de su mirada continuara sobre mí, como si intentara descifrar algo que sabía que le ocultaba.

—Lucas, no tienes por qué esconderte de mí. —Su voz era un susurro, pero sus palabras fueron como una daga.

—No sabes lo que estás diciendo, ángel. —Mi tono se endureció ligeramente, y mis dedos apretaron su cabello de forma involuntaria.

—Sí lo sé. Tú me haces sentir cosas que nunca había sentido, pero también me asustas a veces. Y no sé si eso es bueno o malo. —Su honestidad era un arma que no había anticipado, y me encontré luchando por no mirarla directamente.

Si lo hacía, todo acabaría. Ella vería quién era realmente, y eso lo cambiaría todo.

—Bianca, hay partes de mí que son... oscuras. —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, y supe de inmediato que había dicho más de lo necesario.

Ella levantó la cabeza, intentando forzarme a mirarla, pero giré el rostro una vez más, manteniéndola a distancia.

—¿Oscuras? ¿Qué quieres decir? —preguntó, con una mezcla de miedo y curiosidad en sus ojos.

—Quiero decir que no siempre soy el hombre que crees que soy. —Deslicé mis dedos por su rostro, acariciando su mejilla con una suavidad que contradecía mis palabras—. Pero eso no cambia lo que siento por ti.

Ella suspiró, pero no insistió más. En cambio, se acomodó contra mi pecho, y yo aproveché el momento para cerrar los ojos y calmarme.

El brillo rojo de mis ojos comenzó a desvanecerse lentamente, pero el fuego en mi interior seguía ardiendo. Bianca era un peligro para mí, tanto como yo lo era para ella. Pero no podía alejarme. No cuando ya había probado lo que era tenerla, no cuando su alma aún pendía tan deliciosamente cerca de mis garras.

Esta batalla no había terminado. Apenas estaba comenzando.

La mujer del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora