Capítulo 1: Atrapado entre el bullicio y el silencio

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Hay algo profundamente alienante en trabajar en una oficina. Tal vez sean los tonos apagados, los grises que te rodean, las líneas rectas y los patrones repetitivos de los escritorios, o quizá la luz artificial que intenta imitar el sol pero nunca logra calentar. No lo sé. Pero puedo decirte con certeza que, cuando paso cada día en este maldito cubículo, siento cómo se desmorona algo dentro de mí. Es un lento deterioro que apenas puedes notar... hasta que un día te das cuenta de que ni siquiera recuerdas quién eras antes de sentarte aquí.

Mi nombre ni siquiera importa, porque podría ser el tuyo. Podrías ser tú quien ha pasado siete años sentado frente a este monitor, escribiendo correos anodinos para personas que no conoces y que ni siquiera leen lo que escribes. Llego a las 8:00 AM y me voy a las 5:30 PM, caminando siempre por los mismos pasillos, respondiendo siempre las mismas preguntas. Los días son una maraña de intrascendencia, una sucesión interminable de reuniones sin propósito, cafés recalentados, y rostros que solo conoces lo suficiente para saber que no te interesan.

La rutina. La monotonía. Al principio era cómoda, como ponerse ropa usada que te queda a la perfección. Pero poco a poco, esa comodidad se convirtió en algo más... algo sofocante. Algo desagradable. Era como respirar aire cargado, como si hubiera algo invisible en el ambiente que me hacía sentir pesado por dentro.

Creo que todo empezó a cambiar hace unas semanas, aunque no sé exactamente cuándo. Solo sé que empecé a notarlo. Cosas pequeñas al principio, detalles que normalmente pasarías por alto. Mi computadora parpadeaba de una forma extraña por las mañanas, como si no quisiera encender. A veces sentía que los pasillos eran más largos de lo que recordaba, que las distancias entre los departamentos no eran las mismas de un día al otro. Por momentos —solo por momentos—, juraría que escuchaba susurros provenientes de los cubículos vacíos. Claro que siempre terminaba convenciéndome de que solo era mi imaginación.

Trabajo en un edificio corpulento, de esos que parecen haberse apoderado de la identidad de la ciudad. Todo es pulcro, pero no limpio. Todo es eficiente, pero no humano. Hay cientos de empleados aquí, distribuidos en pisos que parecen idénticos entre sí. Desde el ascensor, si miras en el momento preciso, puedes ver cómo las luces del techo forman un entramado interminable. Como un panal organizado de manera demasiado perfecta.

Pero algo en este lugar nunca me ha terminado de cuadrar. No sé si son los ecos que reverberan de forma extraña en los pasillos cuando están vacíos o la sensación de que las cosas se mueven detrás de ti cuando no estás mirando. A decir verdad, he llegado a pensar que todo es producto de mi estrés acumulado. Porque, de alguna manera, estaba seguro de que nadie más veía lo que yo veía. Nadie más sentía que la realidad en este maldito edificio tenía... fisuras.

Y luego está la chica de Recursos Humanos. No sé su nombre porque no he tenido que tratar con ella en persona, pero su cubículo está dos filas más allá del mío, y podría jurar que nunca se levanta de su silla. Nunca. Ni siquiera veo cómo entra o sale del edificio. Un par de veces he mirado por encima de mi ordenador para observarla, intentando captar algo extraño en sus movimientos, pero ella siempre parece estar escribiendo sin descanso, inclinada hacia adelante, con el cabello cubriéndole parcialmente el rostro. Puede que solo sea una tontería mía, pero siento que no debería estar ahí.

Algunos compañeros han llegado a bromear sobre que no es "real", que es un producto del propio edificio. Entre risas, inventan historias absurdas sobre ella, llamándola "La Sombra de Recursos Humanos". Pero yo no lo veo como una broma. Hay algo en su presencia que me inquieta más de lo que puedo explicar. Una tarde, me atreví a pasar junto a su cubículo de camino al baño. Ella no levantó la vista ni un milímetro, pero cuando pasé a su lado, la pantalla de su ordenador mostró un parpadeo extraño justo antes de apagarse, como si la máquina misma estuviera reaccionando. Durante un segundo, sentí que alguien me susurraba algo al oído... pero cuando me giré, no había nadie.

Hay algo que no está bien en este lugar, pero sigo sin poder ponerle nombre. Y eso es lo que más me aterra. Ni siquiera sé si es real o si todo esto es solo mi mente jugándome una mala pasada.

La OficinaWhere stories live. Discover now