Capítulo 23: El enfrentamiento

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La estación de tren estaba bañada en penumbras cuando llegué al lugar la noche acordada. Llevaba el símbolo colgado al cuello, una linterna y un cuchillo por si acaso (aunque sabía que cualquier intento de usarlo sería desesperado).

Sabes que no puedes ganar. —La voz de la criatura retumbó en mi mente mucho antes de que se manifestara. Su tono se había vuelto más agresivo, más imperioso a medida que el vínculo entre nosotros crecía. Había noches en que la sentía invadiendo mis pensamientos como un veneno, intentando borrar mis recuerdos y emociones, tratando de convertirme en un simple vehículo vacío.

No se trata de ganar. Es sólo hacerte perder.

La risa que respondió a mis palabras fue como un escalofrío en mi cráneo.

La criatura apareció, emergiendo de las sombras como un humo denso y corrosivo, sus formas constantemente inestables. A veces parecía humana, como si intentara burlarse de mí. Otras, era todo lo contrario: una amalgama de extremidades retorcidas, ojos sin fin, y fauces que no deberían existir.

Mi respiración se entrecortó. Todo mi cuerpo temblaba. La sola presencia de ese ser era como una mano invisible oprimiendo mi pecho, aplastándome, quitándome toda voluntad de moverme.

Pero me forcé a sacar fuerzas. Llevé mis dedos al Símbolo del Vacío y lo levanté frente a mí.

Te traje aquí por una razón, —dije, tratando de estabilizar mi voz, aunque pareciera un niño enfrentándose a un monstruo en un armario. —Este es el final de tu juego.

La criatura rugió, una mezcla de furia y risa que hizo vibrar las paredes. Sabía lo que estaba a punto de hacer, pero también entendí entonces algo crucial: ella no podía matarme directamente. Si pudiera, lo habría hecho hace tiempo. Yo era su vínculo, el ancla que necesitaba para sobrevivir en este mundo. Para vencerla, sólo tenía que cortar la raíz.

Me coloqué dentro de un círculo de sal previamente dibujado en el suelo, encendí una vela en cada punto cardinal y pronuncié las palabras que había memorizado del libro del Bibliotecario.

El resto fue un caos. La criatura empezó a llegar a mí, distorsionándose furiosamente mientras el poder del símbolo rebotaba contra ella, haciendo que se retorciera como si estuviera atrapada en un espejismo letal. Mis ojos ardían. Mi cuerpo gritaba. Pero cuando todo terminó, no era ella quien seguía de pie. Era yo.

La OficinaWhere stories live. Discover now