Capítulo 3: La grieta

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Desde ese momento, no he podido volver a sentirme en control. Todo lo que sucedió después del incidente con la sombra me hace cuestionar cualquier fragmento de realidad a mi alrededor. No sé si fue real o si mi mente comenzó a fragmentarse, pero desde ese viernes, la oficina ya no es la misma. O, al menos, yo no la percibo igual.

Cuando regresé a mi cubículo ese día, intenté convencerme de que lo que vi fue un efecto de la luz parpadeante o mi imaginación. Pero todo parecía... desplazado. Los objetos en mi escritorio no estaban del todo como los había dejado. El teclado había girado unos pocos grados. Mi taza de café, ya vacía, parecía estar en un lugar ligeramente fuera de su sitio habitual. Incluso mis archivos digitales parecían desordenados, como si alguien hubiera accedido a mi computadora y alterado cosas solo lo justo para inquietarme sin dejar pruebas concretas. Fue leve, pero lo suficiente para hacer que mi piel se erizara.

El resto de ese día fui lo más discreto posible. Observaba a mis compañeros, buscando algún indicio de que ellos también estuvieran experimentando algo fuera de lugar. Sin embargo, todo seguía su curso ordinario. La rutina seguía como un engranaje imparable, alejada del caos interior que yo sentía. Excepto por ella, la chica de Recursos Humanos. Esa tarde noté un detalle que antes se me había escapado: la pequeña placa de identificación en su cubículo estaba completamente en blanco. Ni nombre, ni cargo, ni nada.

Y entonces ocurrió algo que me obligó a abandonar mi intento de racionalidad.

Eran las 6:45 PM, y el edificio estaba casi vacío. No debía estar ahí a esa hora, pero mi jefe me había pedido unos informes de última hora. Mientras ordenaba los datos en mi computadora, escuché pasos acercándose a mi cubículo. Lo extraño es que eran lentos, demasiado lentos, como si alguien estuviera deliberando con cuidado dónde pisar. Asumí que era el guardia de seguridad en su ronda, pero al girarme para saludarlo, no había nadie.

Sin embargo, los pasos continuaron.

Se alejaban ahora, hacia el pasillo que lleva al área de descanso. Mi instinto me decía que no debía seguirlos, pero algo más fuerte —quizá la necesidad de confirmar que todavía tenía el control de lo que estaba sucediendo— me obligó a levantarme de la silla. Caminé hacia el pasillo y me detuve al llegar a la bifurcación que lleva, por un lado, a las escaleras de emergencia y, por otro, a un almacén olvidado. Los pasos cesaron justo en ese punto, dejando tras de sí un silencio tan absoluto que llegué a escuchar mi propia respiración con claridad aterradora.

"¿Hay alguien ahí?", pregunté, mi voz resonando débilmente en el espacio vacío. Un eco suave respondió, pero no tuve respuesta directa.

Me asomé hacia el almacén, la parte más oscura del pasillo. La puerta, que siempre había permanecido cerrada con llave, estaba entreabierta.

La OficinaWhere stories live. Discover now