Capítulo 9: La caída

1 0 0
                                    

No tuve tiempo de reaccionar. La grieta en el espejo comenzó a expandirse, devorando su superficie con una lentitud que parecía deliberada, como si aquello que estuviera al otro lado se regocijara en el terror que me paralizaba. Era negra, más negra que cualquier sombra que hubiera visto en mi vida. Sentí como si la habitación misma estuviera siendo arrastrada hacia aquel abismo, como si el vacío que había tras la grieta estuviera drenando la realidad a su alrededor.

Mi respiración se volvió irregular, y en un intento desesperado de huir, retrocedí tropezando contra una pila de cajas viejas. Pero mis piernas apenas respondían, como si algo invisible me obligara a quedarme atrapado allí, frente al espejo. Fue entonces cuando lo vi.

La figura dentro del reflejo no solo estaba ahí... ahora avanzaba. Salía.

Primero fue un brazo retorcido, delgado como un hueso cubierto por una piel grisácea y seca. Luego, una pierna que parecía demasiado larga y torcida en ángulos imposibles. Finalmente, su rostro apareció de nuevo, ese rostro grotesco que no podía comprender ni describir del todo, como si estuviera diseñado específicamente para trastornar cualquier lógica humana. Lo peor de todo fue que no se movía rápido, no saltaba hacia mí como en las pesadillas baratas que tienes cuando eres niño. No. Se acercó lentamente, con la certeza de que no tenía adónde escapar.

Su mirada —si es que podía llamarse así— estaba clavada en la mía. No tenía ojos, solo vacíos oscuros, pero aún así percibí una intención, una voluntad que me desgarraba desde dentro. Podía escuchar los murmullos claramente ahora, como si no vinieran desde el exterior, sino desde mi propia mente.

—Déjalo entrar —repetía la voz grave, resonante, que casi parecía un eco dentro de mi cráneo.

Quería gritar, pero ningún sonido salió de mi boca. El aire se sentía tan denso que tuve que hacer un esfuerzo gigantesco solo para respirar. El suelo bajo mis pies comenzó a crujir. No como madera o concreto quebrándose, sino como si dejaran de sostenerme, como si la habitación estuviera simplemente desapareciendo.

Intenté moverme de nuevo. Solo recuerdo que mis piernas me obedecieron unos pocos metros, lo suficiente para arrastrarme lejos del espejo mientras la figura terminaba de salir completamente de la grieta. Por un momento, me atreví a mirar hacia otro rincón del cuarto, buscando algo, cualquier cosa que me sirviera para protegerme o huir. Fue cuando me di cuenta de algo espantoso: no había más rincones.

El almacén estaba desapareciendo.

La OficinaWhere stories live. Discover now