El camino de regreso fue más largo de lo que esperaba, o al menos así lo percibí. Cada paso resonaba en el silencio, y, aunque el amanecer llenaba el horizonte, mi mente aún estaba atrapada en las sombras de lo que había ocurrido. Había vencido, pero no podía evitar el peso de lo que dejó tras de sí aquella batalla. La criatura había desaparecido, sí, pero no me engañaba; su ausencia no significaba que el dolor y las incertidumbres a las que me había enfrentado desaparecerían tan fácilmente.
Cuando llegué a mi pequeño departamento—o lo que quedaba de él—me detuve frente a la puerta entreabierta. Todo estaba como lo había dejado en mi precipitado escape hace ya semanas... o quizás meses. Los días parecían haberse deformado desde que mi vida se entrelazó con el caos. No había señales de que alguien más hubiera entrado. El polvo cubría los muebles y mis pocas pertenencias seguían intactas: platos acumulados en el fregadero, las viejas cortinas bloqueando apenas un rayo de luz, y un calendario que marcaba un día que sentía ocurrido en otra vida.
Pero mientras reposaba mi mano en el pomo, me detuve. Algo en mi interior no quería entrar. Esta era la vida que había conocido, el refugio que había construido antes de que todo comenzara. Sin embargo, ya no era la misma persona. Algo había cambiado, dentro y fuera de mí. Podía sentirlo en el peso de mis pies, en cómo aquel vacío que antes me paralizaba, ahora era un murmullo insistente, sí, pero uno al que se le podía responder.
Me giré.
No sabía a dónde ir, pero el departamento ya no era mi refugio. Era un vestigio más. Miré al cielo, ahora libre de aquella opresión que me había perseguido por semanas, y decidí caminar.
Meses después...
No volví a hablar de lo que ocurrió, ni siquiera conmigo mismo. Al comienzo, no sabía si alguien jamás sería capaz de entenderlo, pero también sabía que no necesitaba que lo hicieran. Lo que viví en ese sótano, el enfrentamiento con esa criatura, las voces, las sombras... eso pertenecía a un mundo que no estaba hecho para ser comprendido. A veces, mientras estaba rodeado de personas en una cafetería o caminando por las calles, me preguntaba si alguien más había sentido lo mismo que yo, si había estado al borde de caer en el abismo que yo conocí.
Lo que sí sabía era que el vacío no era un enemigo único. Había enfrentado una criatura que lo personificaba, pero el vacío estaba en todos nosotros de alguna manera. Algo oscuro y frío que susurraba en los momentos solitarios, en la pérdida, en los días en los que nada parecía tener sentido.
Pero, de alguna forma, ahora entendía que no estaba solo en ello. Que había formas de resistir, de pelear con las herramientas que tenía—como lo hice aquella noche. No era una guerra que terminara, al menos no para mí, pero era una que podía aprender a vivir.
La vida siguió, aunque nada fue igual. El Bibliotecario nunca volvió a aparecer. A veces pienso en él, en aquellas palabras suyas que resonaban como una cuerda de salvación en medio del caos. Me pregunto qué era en realidad o si su propósito había terminado el día que me dejó ir, cuando me dio las herramientas para entender el caos desde dentro. Quiero creer que, de alguna manera, sigue rondando por ahí, ayudando a otros como yo, personas demasiado cerca del borde.
Me quedé con el símbolo del Vacío Invertido, aunque ahora era diferente. Cuando lo miraba, no sentía el mismo poder crudo y melancólico de antes. Tenía algo más... apagado, como si su tiempo hubiera terminado, como si ya no fuera una herramienta, sino un recuerdo. Lo guardé en un cajón y me convencí de que nunca lo necesitaría otra vez.
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La Oficina
Mystery / ThrillerEn una ciudad gris y rutinaria, un empleado común, atrapado en un vacío existencial, comienza a percibir un susurro constante que lo atormenta. Lo que parece ser simplemente estrés laboral se transforma en un viaje entre lo tangible y lo inhumano cu...