Era como si el resto de la habitación se hubiera desmoronado, caída en algún lugar más allá del espejo. Solo quedábamos yo, la figura que me acechaba, y el vacío. El vacío era completo. Profundo. Una oscuridad diferente a la noche o a cualquier sombra. Era más bien la ausencia de todo. Y sentí que me estaba llamando.
El ente dio un paso más hacia mí. Sus movimientos eran lentos pero deliberados, como si supiera que no necesitaba apresurarse. Me rodeó como un depredador que analiza a su presa, cada paso acompañado por un crujido bajo mis pies que resonaba como un eco en la nada. Cada vez que intentaba moverme, tropezaba, y mi cuerpo parecía cada vez menos fuerte, como si algo me estuviera drenando desde dentro.
Finalmente, estaba lo suficientemente cerca como para alzar su mano hacia mí, una mano delgada y huesuda, cuya piel parecía resquebrajarse al menor movimiento. Cuando tocó mi pecho, el dolor fue instantáneo: una punzada ardiente que atravesó mi cuerpo como fuego líquido. No pude evitar gritar, aunque el sonido salió ahogado, débil, como si incluso mi voz estuviera empezando a desaparecer.
—No escaparás —dijo. Su voz no era como los murmullos ni como la voz en mi cabeza. Esta era distinta. Era firme y directa, y con cada palabra sentí como si algo pesado e invisible estuviera hundiéndose en mi pecho.
Intenté luchar, empujar su mano lejos, pero fue completamente inútil. Era como si estuviera peleando contra el peso del océano, cada movimiento se volvía más imposible que el anterior. Vi cómo su rostro se acercaba al mío, y por un momento todo lo que sentí fue desesperación. No iba a salir de aquí. Nadie lo haría.
Fue entonces cuando algo en mí cambió.
La quemazón en mi cuello, en aquella marca oscura que había aparecido días atrás, se intensificó repentinamente, hasta el punto de que crucé el umbral del dolor. Fue algo tan intenso que me sacó del trance en el que estaba atrapado. Por primera vez, sentí que tenía algo de control.
Con el poco impulso que pude reunir, lancé mi brazo hacia el ente, más con desesperación que con fuerza. Y en el instante en que mi mano tocó su piel, ocurrió algo inesperado: la figura se detuvo.
No sé cómo explicarlo, pero sentí que la marca detrás de mi oreja tenía algo que ver. Era como si yo también estuviera conectado a esa presencia, como si fuese parte de lo mismo que ella. La grieta comenzó a emitir un sonido profundo y grave, como un gemido vibrante que venía desde todos lados y que hacía temblar hasta mis huesos. Pude ver cómo la figura vacilaba, como si estuviera atrapada entre dos fuerzas que la estaban desgarrando.
Y entonces, sin previo aviso, todo colapsó.
Mi visión se apagó y caí. No sé cuánto tiempo estuve en la oscuridad, pero cuando desperté, el espejo había desaparecido. La habitación estaba vacía, diferente. No había sombras, ni grietas, ni aquella criatura. Pero mi marca... mi marca seguía ardiendo.
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La Oficina
Mystery / ThrillerEn una ciudad gris y rutinaria, un empleado común, atrapado en un vacío existencial, comienza a percibir un susurro constante que lo atormenta. Lo que parece ser simplemente estrés laboral se transforma en un viaje entre lo tangible y lo inhumano cu...