Capítulo 2: Ecos de lo desconocido

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El viernes pasado sucedió algo nuevo. Al principio, como siempre, pensé que no era más que otro detalle raro, una excentricidad insignificante que mi cerebro, hambriento de cualquier estímulo para romper la monotonía, había inventado. Pero en retrospectiva, creo que fue la primera señal clara de que algo en mi realidad estaba... desmoronándose.

Eran las 4:15 PM, y solo quedaban quince minutos para mi reunión semanal con mi jefe directo. Un hombre del cual no vale la pena hablar demasiado. Imagínate a alguien hecho enteramente de frases motivacionales sin sustancia, con una sonrisa demasiado ancha y una mirada que nunca llega a enfocar del todo. Yo ya había recopilado todos los datos que usualmente pide, así que decidí aprovechar esos minutos libres para darme un respiro. Fui a la máquina de café, como suelo hacerlo casi por inercia cuando necesito pensar en algo que no sea mi trabajo.

Pero cuando llegué, era como si el tiempo se hubiera detenido. Literalmente. La máquina estaba ahí, como siempre, junto al pequeño refrigerador que nadie usa. Solo que el pasillo entero daba esa sensación de estar vacío... pero no de un vacío normal. Era un vacío antinatural. Algo en la luz del fluorescente era diferente. Estaba parpadeando muy lentamente, pero no con el ritmo errático que esperarías. Era un parpadeo... preciso. Como si estuviera siguiendo un patrón que no entendía.

Y luego lo escuché. Un sonido que, al recordarlo ahora, parece imposible de describir. Era un golpe seco, parecido al ruido de alguien al golpear con fuerza una puerta de madera colosal. El problema era que no venía de ninguna parte que pudiera identificar. Era como si resonara dentro de las paredes mismas, como si el edificio estuviera protestando por algo que no podía entender.

Inmediatamente pensé: Debe ser un técnico moviendo algo. Pero cuando giré sobre mis talones para mirar hacia los pasillos que llevaban de regreso a mi cubículo, la sensación de vacío se intensificó. No había absolutamente nadie. Ni siquiera los otros oficinistas que suelen caminar de un lado a otro con bolsas de documentos y carpetas en las manos. Era como si el edificio, o al menos ese piso, hubiera quedado suspendido en algún tipo de burbuja. Me quedé allí, entre el pánico y la confusión, tratando de procesar lo que estaba sucediendo.

Finalmente, me atreví a dar un paso hacia atrás, hacia donde esperaba que estuviera el sonido original... Y fue en ese momento cuando lo vi.

Una sombra. Una mancha oscura, vagamente humanoide, al final del pasillo. No estaba haciendo nada exactamente; simplemente estaba allí, estática y profundamente equivocada, como si fuera una grieta en el tejido de la realidad. Pero lo peor no fue verla. Lo peor fue que, en el instante en que puse mis ojos sobre ella, sentí cómo algo se clavaba en mi mente. Una sensación de incomodidad imposible de describir, como si estuviera siendo observado desde un lugar tan alejado que no debería ser posible.

Di un paso atrás, temblando, y casi me tropiezo con la máquina de café. Cuando parpadeé, la sombra ya no estaba allí.

La OficinaWhere stories live. Discover now