Capítulo 8: La grieta

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A las siete de la noche, cuando todos empezaron a irse, tomé mi teléfono, un par de llaves y una linterna, y me encaminé al almacén. Esta vez, mis pasos eran firmes, aunque no por valentía, sino por una sensación de inevitabilidad. Si no lo hacía, si no enfrentaba lo que había dentro de ese cuarto, sabía que no podría aguantar mucho más antes de quebrarme por completo.

Cuando llegué, la puerta estaba cerrada de nuevo. Eso no tenía sentido; la última vez que la vi había quedado abierta. Saqué las llaves con las manos temblorosas, pensando que tal vez alguien del personal de limpieza o seguridad la había cerrado. Sin embargo, cuando giré la cerradura, sentí algo extraño: la llave no encajó. Era como si la cerradura estuviera bloqueada desde adentro. Antes de que pudiera reaccionar, la puerta simplemente se abrió sola.

Una vez dentro, el aire metálico me golpeó de nuevo. Todo estaba igual que la última vez: los estantes corroídos, los archivos llenos de polvo, el ambiente espeso como si el espacio mismo hubiera sido comprimido. Y en el fondo, allí estaba, el espejo.

Pero algo había cambiado.

Lo que antes era solo un simple espejo ahora mostraba una grieta, pequeña pero profundamente negra, como si no estuviera rota hacia el otro lado, sino hacia algo más profundo, hacia algún lugar que no pertenecía a este mundo. La grieta parecía pulsar, como si estuviera viva. Me acerqué lentamente, sintiendo cómo mi cuerpo entero temblaba con cada paso.

En cuanto estuve frente al espejo, escuché los murmullos de nuevo, pero esta vez fueron más fuertes, más claros. Ahora podía entenderlos, al menos en parte. Eran frases repetidas, retorcidas, dichas en un idioma que no reconocía y en voces imposibles. Era como si decenas, cientos de susurros coexistieran al mismo tiempo dentro de mi cabeza.

"Déjalo entrar".

Esa fue la única frase que entendí. No venía de los murmullos. No. Esa voz era clara, profunda y resonante. Venía de mí mismo, de mi mente, o de algo que había usurpado un rincón de ella.

El reflejo en el espejo comenzó a moverse. Vi la sombra de nuevo, pero esta vez no estaba lejos, ni distorsionada. Era completamente nítida, y vi claramente su rostro, aunque desearía no haberlo hecho. No era un rostro humano. Era una amalgama de facciones imposibles, distorsionadas, cada detalle contradictorio, como si estuviera diseñado para romper la lógica misma.

Y entonces la grieta se expandió.

La OficinaWhere stories live. Discover now