Salían del espejo. No rápido, no como en las películas de terror donde algo te persigue y puedes correr. No. Peor.
Estas sombras avanzaban con la certeza de que no había escapatoria. Se deslizaban por el suelo, arrastrándose poco a poco, emitiendo ese crujido que recordaba del almacén. Sus formas eran indefinidas, como manchas vivientes, aunque de vez en cuando lograba distinguir brazos, piernas, y algo que podría haber sido un rostro. Sin embargo, estos detalles siempre cambiaban. Era como si fueran ideas de cosas, manifestaciones de formas incompletas.
—Déjalo entrar... —repetían, una y otra vez.
Quería correr, esconderme, pero mis piernas no se movían. El terror me tenía completamente paralizado, atrapado en un cuerpo que ya no respondía. Las sombras comenzaron a rodearme, formaron un círculo a mi alrededor, y su presencia invadió todos mis sentidos. Sentí frío, pero también calor. Oía ecos que se superponían a los latidos desesperados de mi corazón. Percibí olores rancios, como a carne podrida y humedad. Y lo peor era esa sensación, esa certeza ineludible de que estaba siendo tragado poco a poco.
Cuando las sombras casi me tocaron, una chispa recorrió mi cuello, justo donde estaba la marca. Fue como un latigazo que me devolvió el control sobre mi cuerpo por un instante. Sin pensarlo, grité, un grito visceral lleno de rabia y miedo. Fue entonces cuando algo ocurrió.
El círculo de sombras se detuvo. Las voces murmurantes se silenciaron, y el dolor en mi cabeza retrocedió con lentitud. Las formas oscuras comenzaron a moverse hacia atrás, como si algo las hubiera repelido. Pero no me sentí aliviado. Todo lo contrario. Algo cambiaba en el aire.
El espejo.
La grieta comenzó a aparecer de nuevo en el reflejo. Pero no era pequeña ni progresiva esta vez. No. Rompió como un cristal que ha recibido un golpe definitivo. La superficie se derrumbó por completo, arrastrándome junto con la habitación hacia el abismo que me había atormentado durante meses.
Caí.
Era como caer sin caer, como si el vacío me tragara sin fin. Los susurros volvieron, más fuertes, envolviéndolo todo mientras yo gritaba en el silencio. Mi cuerpo no pesaba, y mis ojos apenas veían destellos de figuras a mi alrededor. Hasta que finalmente me detuve.
En ese momento lo vi.
La criatura... o más bien, lo que estaba al otro lado del espejo. Era mucho más grande que esa figura que había emergido la primera vez. Era una amalgama de sombras y carne, de formas imposibles que parecían extenderse hacia el infinito. Un gran ojo me observaba desde el centro de aquella masa, y cuando lo miré, entendí algo tan claro como el día: esto no había terminado. Solo había comenzado.
Me susurró una frase. No entendí las palabras, pero sí su significado.
Era un acuerdo.
Estaba perdiendo algo de mí, y permitiendo que ello entrara.
Y acepté.
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La Oficina
Misterio / SuspensoEn una ciudad gris y rutinaria, un empleado común, atrapado en un vacío existencial, comienza a percibir un susurro constante que lo atormenta. Lo que parece ser simplemente estrés laboral se transforma en un viaje entre lo tangible y lo inhumano cu...