La criatura rugió como si todo el universo estuviera ardiendo desde su centro. Su forma intangible se retorcía frente a mis ojos, alargándose en sombras filosas que parecían intentar devorar el aire a mi alrededor. El humo negro que emanaba de su cuerpo era espeso, y hacía que respirar fuera un desafío cada vez más desesperante. Mi linterna había caído al suelo, proyectando haces de luz temblorosos que parpadeaban entre nosotros, como si también estuviera en lucha por mantenerse encendida.
—¡No sabes lo que haces, escoria mortal! ¡Esta resistencia no tiene sentido! ¡Soy eterna! —La voz rasgó mi mente como un cuchillo oxidado. Era multifacética, como si decenas de susurros, gritos y ecos hablaran a la vez. Sentí que mi cerebro iba a reventar.
Caí de rodillas por la presión. Todo en mí quería desistir. ¿Cómo podría alguien como yo, alguien que ni siquiera sabía enfrentarse a sus propios fracasos diarios, siquiera pensar en vencer a algo tan abrumador, algo cuya mera presencia convertía la realidad en un chicle frágil al borde de romperse?
Pero entonces recordé por qué estaba ahí.
"Ella no comprende lo que te hace humano."
La voz del Bibliotecario resonó en mi memoria, como un faro tenue que quitaba por un instante las nubes de mi mente. No era más fuerte que ella. Nunca lo sería. Pero sólo necesitaba ser más obstinado, más caótico. Era esa capacidad de arrojarme contra lo imposible, incluso cuando todas las probabilidades estaban en contra, lo que me diferenciaba de ella. Éramos caóticos. Humanos. Y ese caos, esa chispa, era lo que la criatura no podía controlar del todo.
Con un temblor en el cuerpo y temiendo que en cualquier momento mi razón se desmoronara, me levanté, apoyándome en el cuchillo que llevaba conmigo. Apreté el Símbolo del Vacío Invertido contra mi pecho y di mi primer paso hacia ella.
La criatura lo percibió enseguida. Intentó levantar una de sus sombras hacia mí, pero el amuleto hizo algo inesperado: cuando las negras extremidades de humo buscaron alcanzarme, fueron repelidas por un destello fulgurante que surgió del objeto, haciendo que se retorcieran antes de retroceder con un grito desgarrador.
—¡Eres un insecto jugando con armas que no entiendes! —gritó ella, y por un momento su forma cambió. Pude distinguir un rostro entre las sombras, no completamente definido, pero familiar. Me di cuenta entonces de que había visto esa cara antes, en el momento en el que desperté en aquel callejón, cuando todo había empezado. Era la máscara que había usado para atraerme, la que me había hecho bajar la guardia. Ahora su estrategia daba un giro: intentaba manipularme a través del reconocimiento. Era visceral, calculador. Y terrible.
—Sé lo que quieres. Puedo devolverte lo que perdiste, puedo darte PAZ. Sólo dame lo que necesito, y todo terminará aquí.
Por un segundo, tuve dudas. Quizás era el cansancio, o los golpes de su voz que persistían como ecos en mi cabeza. Quizás era esa minúscula tentación de que enfrentarse a todo esto no valía la pena. Pero entonces vi el símbolo en mi mano—aquella marca grabada con sacrificio, bañada en mi propia sangre—y recordé: ella no quería darme nada, sino quitármelo todo.
Levanté el sello y lo coloqué en mi frente. Sentí un calor crudo atravesarme, como si miles de agujas ardientes perforaran mi cráneo desde adentro. Apenas pude mantenerme de pie, pero sabía que debía continuar.
El enfrentamiento alcanzó su clímax. La criatura atacó con más furia que antes. Las sombras golpeaban las paredes, haciendo que el concreto crujiera como si el mundo estuviera a punto de disolverse. Los círculos de sal que había trazado en el suelo centelleaban con cada nueva embestida; sabía que no aguantarían por mucho tiempo. Sólo necesitaba mantenerla dentro un poco más. El Símbolo del Vacío Invertido era la clave, pero requería activar el ciclo completo para encerrarla en su propia esencia.
Y eso significaba un último sacrificio.
—¡Ven y tómalo! —grité con toda la fuerza de mi ser, y empujé mis emociones hacia afuera: mi miedo, mi rabia, y esa última esperanza desesperada de que todo lo que había hecho no fuera en vano.
La criatura cayó en la trampa. Sus sombras se arremolinaron hacia mí en un torbellino de oscuridad desesperada, y en el momento exacto, dejé caer el símbolo al centro del círculo.
El tiempo pareció detenerse.
Un destello de luz blanca cegadora lo invadió todo, y el grito de la criatura fue un eco que desgarró la realidad misma. Por un momento sentí que algo tiraba de mí, que una parte de mí mismo estaba siendo arrancada, al igual que ella. Mi cuerpo parecía estar dividido entre el mundo real y ese abismo sin forma al que pertenecía la criatura. Pero el símbolo hizo su trabajo. La esencia del ser empezó a atormentarse, chocando contra sí misma, atrapada en un reflejo perfecto donde no podía escapar de lo que era.
Con un último rugido, la criatura colapsó en sí misma como si nunca hubiera existido, dejando tras de sí un vacío abrumador, una sensación de calma mortal.
Caí al suelo, mi cuerpo destrozado, mi mente tambaleándose al borde del delirio. Todo estaba en silencio.
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La Oficina
Misterio / SuspensoEn una ciudad gris y rutinaria, un empleado común, atrapado en un vacío existencial, comienza a percibir un susurro constante que lo atormenta. Lo que parece ser simplemente estrés laboral se transforma en un viaje entre lo tangible y lo inhumano cu...