Las luces del café parpadeaban como si intentaran confundir a Carolina, haciéndole dudar de su decisión. Se había repetido mil veces que no era una buena idea verlo, pero ahí estaba, sentada en la misma mesa donde tres años antes él le había dicho que nadie la amaría como él.
Esa frase había sido una profecía durante mucho tiempo, un eco que alimentaba sus noches de insomnio. Había bastado un mensaje suyo, cuidadosamente escrito con la dosis exacta de nostalgia, para arrancarla de su refugio.
Cuando Juan entró, una punzada de reconocimiento recorrió su pecho. Había algo en él que siempre desarmaba su lógica: tal vez la forma en que sus ojos parecían desnudarla, o la manera en que su voz lograba entrelazar afecto y amenaza con la sutileza de un cuchillo deslizándose por la piel.
Él sonrió al verla, como si la distancia no hubiera existido. Sin pedir permiso, se sentó frente a ella.
—Caro... mírate. Estás hermosa, como siempre.
El elogio la golpeó con la precisión quirúrgica de un bisturí. Carolina se tensó. Esa era una de sus tácticas: desarmarla antes de atacar. Lo había leído, lo había analizado en sesiones de terapia, pero enfrentarlo en tiempo real era otra cosa.
—Juan, dime de una vez por qué estoy aquí —dijo, esforzándose por mantener el tono neutral.
Él suspiró, como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros.
—Quería verte, arreglar las cosas. Sé que cometí errores, pero... los dos sabemos que nuestra conexión es única.
Ahí estaba. Conexión. Una palabra que solía sellar cada discusión, que la hacía dudar de su percepción de la realidad. Carolina sintió cómo el suelo tambaleaba bajo ella, pero esta vez no cayó. Había aprendido a distinguir las grietas en las verdades que él fabricaba.
—¿Conexión? —
repitió, dejando que el sarcasmo afilara la palabr
a—. Ah, sí, claro. Esa conexión que me hacía sentir como si el mundo fuera un lugar más oscuro cuando no estabas cerca.
Él ladeó la cabeza, su mirada tomando ese matiz entre paternalista y condescendiente que tanto la irritaba.
—Caro, no dramatices. Tú también cometiste errores.
Y ahí estaba el giro, el juego de espejos que siempre usaba para hacerla responsable.
Una maniobra de gaslighting tan perfecta que habría admirado, si no fuera por lo mucho que la había lastimado.
—Claro, Juan. Tienes razón. Mi error fue no irme antes.
Sus palabras lo descolocaron por un instante, pero él no perdió la compostura. Juan tenía una habilidad inquietante para adaptarse, para moldear su discurso según las fisuras que encontraba en la mente de los demás.
—No vine para discutir, vine para recordarte lo que éramos.
—No éramos nada, Juan —interrumpió, inclinándose hacia él—. Lo que hiciste fue tejer una jaula a mi alrededor y llamarla amor.
La expresión de él cambió; algo oscuro cruzó su rostro, apenas perceptible, pero suficiente para que Carolina lo notara. Ese destello era lo que siempre la había asustado: una rabia contenida, un deseo de control que él disfrazaba con sonrisas y palabras dulces.
—Es curioso cómo lo recuerdas todo a tu manera —dijo él, con voz suave, casi venenosa—. Siempre tan buena para ser la víctima.
Carolina sintió el golpe, pero no permitió que la herida se abriera. En ese momento, comprendió que su presencia allí no era un error, sino una prueba. Necesitaba enfrentarlo para romper el último hilo que la ataba a él.
—No soy víctima, Juan. Pero tú tampoco eres el salvador que quieres creer. Eres solo un hombre pequeño que se siente poderoso destruyendo a otros.
Él la miró con algo que parecía una mezcla de desprecio y frustración. Esta vez, no logró desestabilizarla.
Cuando Juan se levantó y salió del café, Carolina permaneció en su lugar, inmóvil. El aire parecía más liviano, el sonido de las conversaciones alrededor menos distante.
Había venido a cerrar un capítulo, pero se dio cuenta de que nunca había sido un libro suyo. Volver a verte no fue un reencuentro. Fue una despedida.
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RED OSCURA
No FicciónRed Oscura es una colección de relatos breves que exploran los laberintos psicológicos de las relaciones tóxicas, donde el amor, la obsesión y el control se entrelazan en una danza peligrosa.