Susy despertó con un sobresalto, sintiendo cómo las sábanas ásperas raspaban su piel. El calor del verano hacía que el aire en la habitación fuera denso, pegajoso.
El ventilador de techo giraba con un chirrido monótono, incapaz de disipar la sensación opresiva. Miró alrededor: muebles desgastados, paredes amarillentas por el tiempo y un televisor encajado en una esquina que emitía estática.
Por un momento, no supo dónde estaba. Ni quién era.
El vacío mental no le era ajeno. Había estudiado casos de disociación durante años; sabía que, bajo una presión extrema, la mente podía dividirse en capas impenetrables, protegiendo lo más vulnerable. ¿Era eso lo que estaba sucediendo? El corazón le palpitaba en el pecho como un tambor de guerra, su respiración errática llenando el silencio.
Se llevó las manos al rostro, palpando una mejilla hinchada. El leve ardor le confirmó lo que el espejo pronto le mostraría: un golpe reciente. Pero el dolor físico era insignificante comparado con el otro. Ese dolor que no encontraba lugar en su cuerpo porque vivía anclado en su mente.
Susy sabía que el cerebro humano era una máquina perfecta para justificar sus actos más oscuros. Racionalización, proyección, represión. El menú completo de mecanismos de defensa desfilaba ante ella como un manual clínico en carne propia.
Se puso de pie y tambaleó hasta el baño. La imagen en el espejo la enfrentó sin piedad: una mujer de poco más de treinta años con el cabello revuelto, ojeras profundas y un mechón teñido de rojo. Sangre seca.
Sus ojos buscaron algo conocido en su reflejo. Algo que le devolviera el control. En lugar de eso, imágenes borrosas comenzaron a formarse en su mente:
La furgoneta blanca. Las manos temblorosas aferradas al volante.El rostro de un hombre gritando. Su voz, cargada de furia y palabras cortantes.El niño llorando. Un sonido que no solo perforaba sus oídos, sino también su conciencia.
"¿Qué hice?", susurró al vacío, su voz ahogada.
Había dedicado su vida a comprender la mente humana, a desmenuzar los traumas ajenos y encontrarles lógica. Sin embargo, ahora su propia mente se había convertido en un enemigo. Recordó algo que solía decir a sus pacientes: "El cerebro no olvida, solo espera el momento justo para devolvernos lo que intentamos esconder."
El problema era que Susy no estaba lista para recordar.
Mientras los recuerdos seguían fluyendo en fragmentos, su mente intentaba estructurarlos como un puzle caótico. Las preguntas se apilaban como ladrillos, construyendo un muro infranqueable. ¿De quién estaba huyendo? ¿Por qué tenía sangre en el cabello? ¿Y por qué ese niño, cuyo rostro no podía recordar con claridad, la hacía sentir una culpa tan abrasadora?
Algo dentro de ella empezó a fracturarse.
Susy entendió que no era solo una espectadora de esa historia: era su arquitecta. Cada decisión que había tomado, cada límite que había cruzado, cada sombra que había ignorado, la había llevado hasta ese instante.
Se desplomó al suelo, abrazando sus rodillas. No lloró. A estas alturas, llorar habría sido un lujo que no podía permitirse.
En su mente, un pensamiento oscuro comenzó a tomar forma "A veces, la mente no es un refugio. Es una prisión."

ESTÁS LEYENDO
RED OSCURA
Non-FictionRed Oscura es una colección de relatos breves que exploran los laberintos psicológicos de las relaciones tóxicas, donde el amor, la obsesión y el control se entrelazan en una danza peligrosa.